lunes, 28 de abril de 2014

Ojos que sienten

Reportaje publicado en la revista Domingo, marzo 2013


Al igual que otros miles de niños y adolescentes mexicanos, hubo un tiempo en que Abraham quiso ser futbolista. Por un año, incluso, formó parte de las fuerzas básicas del Necaxa. Quienes lo vieron jugar saben que era muy buen portero… hasta que empezó a dejar de ver el balón.  “¡¿Estás ciego?!”, le gritaban sus compañeros de equipo, furiosos, cuando se le escurría la pelota e iba a dar hasta la red. Ellos no sabían, pero Abraham padecía retinosis pigmentaria, un problema ocular que, según los pronósticos médicos, tendría que haberlo dejado sin vista desde años atrás.

El hombre al que le cambió la vida
Vine a casa de Abraham para conocer su historia. La idea surgió hace apenas unos días, tras leer en una página de internet que la fotógrafa mexicana, Georgina Badenoch, sería condecorada por la Reina Isabel II con la Medalla del Imperio Británico. ¿A qué se debe el honor? A la labor que ha venido realizando a través de Ojos que sienten, una asociación civil que fundó en 2006 para ofrecer ayuda a personas con discapacidad visual. El nombre de Abraham Sorchini salió a relucir cuando hablé para comunicarles mi interés de narrar un caso de éxito, la historia de alguien a quien la organización le hubiera cambiado la vida.

Según me cuenta, Abraham tiene apenas unos meses viviendo aquí, en Cuautitlán Izcalli, un municipio ubicado en la parte noroeste del estado de México. Antes vivía en la delegación Iztapalapa, en el DF, pero llegaba a hacer hasta tres horas de camino a Tultitlán, otro municipio, colindante con Cuautitlán Izcalli, donde se encuentra la planta de Unilever, empresa para la cual trabaja desde junio. La mudanza fue a tal grado favorable que redujo el trayecto diario a poco menos de media hora.

Justo voy a preguntarle por su esposa, cuando ella aparece. No viene sola, sino con Aurora, hija de ambos, que cumplió seis meses en marzo. Karen, a diferencia de Abraham, no ve absolutamente nada.  

Diálogo en la oscuridad
Apoyados con un bastón, y siguiendo las instrucciones que iba dando la voz de un guía invidente, un grupo de personas, entre las que estaba Gina Badenoch, recorría la sala Diego Rivera, del Palacio de Bellas Artes, que se encontraba completamente a oscuras. La intención era que, al no ver, los visitantes pusieran más atención que de costumbre a sus otros sentidos, y fueran captando sonidos, texturas, aromas, cambios de temperatura… con la idea de experimentar, aunque solo fuera mínimamente y durante unos minutos, algo similar a lo que vive un ciego. Se trataba de la exhibición “Diálogo en la oscuridad”, una propuesta del periodista alemán Andreas Heinecke, que se presentaba por primera vez en México, luego de haber tenido un éxito rotundo en más de cien ciudades desde su estreno en 1988. Gina salió de Bellas Artes con una interrogante en la mente: “¿Qué pasaría si yo pudiera enseñarle a personas ciegas cómo tomar fotografías, para que ellos nos mostraran a quienes vemos, cómo perciben el mundo?”. Ella estaba entonces por irse a estudiar la maestría Imagen y Comunicación en la Goldsmiths University of London, así que la pregunta pronto se convirtió en tema de investigación –le interesaba saber qué tan viable era llevarlo a la práctica– y poco después en realidad: en 2005, de regreso en México, Gina impartió su primer taller de fotografía sensorial para personas con discapacidad visual.

Para entonces, Gina había estudiado el trabajo fotográfico de Evgen Bavcar, Flo Fox y el mexicano Gerardo Nigenda, los tres ciegos, y se había dado cuenta de que, para quienes han quedado privados de la vista, la información que reciben a partir de sus otros sentidos, no solo cobra mucho más relevancia, sino que puede llegar a ser un gran detonador de emociones. Su intención, entonces, era mostrarles a personas con discapacidad visual que ellos también eran capaces de tomar fotografías, cambiando así, primero su autopercepción, y posteriormente, la percepción de la sociedad en general acerca de ellos. “Al enfocarse en crear una imagen a partir de lo que siente, la persona cae en cuenta de lo que es capaz de hacer con sus otros sentidos. Esto cambia su percepción de que ser ciego es ser inútil, e inmediatamente sube su autoestima”.

Los resultados obtenidos en ese primer taller fueron tan gratificantes que sirvieron para reafirmar sus propósitos y descubrir que por ese camino podría llegar aún más lejos. Entonces empezó a tomar forma la idea de crear una organización que pudiera tener un mayor impacto en la sociedad. Una asociación civil que le diera voz a aquéllos que, por padecer de una discapacidad visual, habían permanecido relegados de la dinámica social. Bajo este objetivo, nació en 2006 Ojos que sienten A.C.

Su blusita rosa
Hace unos días, cuando empecé a coordinar este encuentro, caí en cuenta de que nunca había conversado frente a frente con un ciego. Tal vez sea una ingenuidad de mi parte, pero debo reconocer que la situación me tenía un tanto inquieto. No quería que se me escapara un comentario fuera de lugar… me preocupaba, sobre todo, caer en ese error frecuente y tan desafortunado de convertir la empatía en conmiseración. Lo que yo no había considerado, es que Abraham y Karen están acostumbrados a tratar con todo tipo de gente y a lidiar sin problemas con torpezas como las que yo estaba temiendo cometer. Además están contentos con mi visita y con la idea de dar a conocer su historia, de la cual se sienten orgullosos. Eso ayuda a que la tensión ceda poco a poco.
Abraham es aficionado al futbol soccer.

Karen Guerrero también trabaja en Unilever, aunque no en la planta de Tultitlán, sino en el corporativo, que está en el desarrollo urbano Santa Fe. Me cuenta que para ir y venir utiliza el servicio de transporte que ofrece la empresa, así que los traslados no le resultan particularmente complicados. “¡Por cierto…! Tengo que responder un par de mails”, recuerda de pronto, y se dirige a Abraham para encargarle a la niña por un momento. Mientras él se sienta a su hija en las piernas, ella le aclara: “Le puse su blusita rosa”. Y luego voltea para preguntarme: “¿Se ve bonita?”. “Claro –le digo–, muy bonita”. Y ella va sonriendo con orgullo hacia la mesa del comedor, donde está su laptop.
          
Los primeros años
María Esther y Eduardo empezaron a sospechar que Abraham tenía un problema de visión desde que lo vieron chocar contra los muebles al gatear. Sin embargo, el temor a que un especialista confirmara sus sospechas les impidió hacer algo al respecto. No fue hasta que su hijo había cumplido cuatro años cuando lograron armarse de valor y lo llevaron a la Asociación para evitar la ceguera en México (APEC), una institución de asistencia privada que ofrece atención oftalmológica a pacientes de escasos recursos –como es el caso de la familia de Abraham–, ubicada en la delegación Coyoacán, en la Ciudad de México. A los padres no les quedó más remedio que enfrentar una realidad que habían eludido por años: el padecimiento de Abraham era progresivo y todo parecía indicar que se quedaría completamente ciego alrededor de los doce años.   

Ante lo inevitable, lo mejor era empezar a darle a su hijo las herramientas que a la vuelta de unos años iban a resultar indispensables, como aprender a leer el sistema Braille, e inscribirlo en alguna escuela especializada en ciegos y débiles visuales. Sin embargo, y aunque los médicos fueron muy claros en ello, para María Esther y Eduardo seguía siendo muy difícil aceptar las circunstancias y las recomendaciones quedaron en el aire. “Mis papás se resistían a la idea, así que me compraron lentes y me inscribieron en una escuela normal, de gobierno. Yo, mal que bien, alcanzaba a hacer las actividades escolares; con gafas, pero podía leer y hacer prácticamente todo. Digamos que encontré la forma de llevar una vida escolar normal, hasta donde me fue posible”.

Abraham llegó a la edad en que supuestamente iba a perder la vista por completo y, aunque su problema se acentuaba cada vez más, no había dejado de ver. Enfrentaba, eso sí, muchas frustraciones, como tener que dejar de jugar futbol, y cualquier cantidad de situaciones incómodas, sobre todo mientras cursaba la secundaria en una escuela de ciudad Nezahualcóyotl, un ambiente que por momentos resultaba demasiado agresivo para él. “A veces las bromas de mis compañeros eran bastante pesadas: me escondían los lentes, me hacían quedar en ridículo… no me quedó más opción que empezar a hacer justicia por mi propia mano”. Abraham era el más alto y corpulento del salón, lo que le sirvió para hacerle frente a unos cuantos, con tal de que dejaran de agredirlo.

Líderes con visión
En junio de 2012, tocó a Los Cabos, Baja California Sur, ser sede de la cumbre del G-20, entonces en su séptima edición. Ahí, autoridades gubernamentales y empresarios mexicanos firmaron un acuerdo de compromisos planteados en el proyecto Líderes con visión, un modelo de educación, sensibilización e inclusión laboral, que privilegia la diversidad,  atracción de talento y productividad, formando personas que carecen de oportunidades para desarrollar su potencial. Este modelo fue desarrollado por Ojos que Sienten, a partir de las necesidades planteadas en el Decreto por el cual se creó la Ley General para la Inclusión de Personas con Discapacidad, publicado en el Diario Oficial de la Federación, en mayo de 2011. Sus objetivos, según explicó la propia Gina Badenoch durante su intervención en dicho evento, son: “…que un grupo de personas que ha sido vista desde su discapacidad, ahora sea valorada por su capacidad y talento; y que la educación de calidad e inclusión de personas con discapacidad se convierta a lo largo del tiempo, en una práctica e inversión altamente común entre las empresas en México”.

Microsoft, Danone, DELL, General Electric, Scotiabank Inverlat, Cinépolis, CIE Corporación Interamericana de Entretenimiento y Fundación Manpower son algunas de las empresas que, para entonces, se habían afiliado al proyecto, al igual que Unilever México, la empresa que hace unos meses les dio a Karen y a Abraham una oportunidad de trabajo que les cambiaría la vida. 

De acuerdo con Cecilia García, gerente de Recursos Humanos para ventas, y cabeza del programa Diversidad para Unilever México y Caribe, la empresa de la cual forma parte, se ha consolidado como un ejemplo a seguir en lo que se refiere a diversidad e inclusión. “Hay empresas que, aunque no firmaron el acuerdo en el G-20, llaman para preguntarnos cómo nos está resultando la puesta en práctica del proyecto, porque tienen interés en sumarse. A mí me da gusto poderles decir que los resultados han sido muy positivos, y ver que cada vez hay más conciencia sobre este tema”.

Cuando todo empieza a cambiar
La vida de Abraham empezó a dar un giro de 180 grados el día que conoció a Karen. Fue el 12 de marzo de 2012 –lo recuerda bien–, durante el VII Congreso Latinoamericano de Ciegos, que se realizó en el Hotel Ramada de la Ciudad de México, donde ambos formaban parte del equipo de voluntarios. De entrada, admiró que tuviera una carrera profesional (Psicología) y que además estuviera estudiando una maestría en Desarrollo del Capital Humano. Pero además, y sobre todo, le sorprendió la gran actitud que tenía ante la vida, aun cuando, a diferencia de él, su visión es nula desde los 10 años, debido a que padece la enfermedad de Stargardt.

Al poco tiempo de haberse conocido se hicieron novios y todo empezó a cambiar para él, que hasta entonces había sido tímido y reservado: con Karen se animó a ir al cine, a conciertos, a plazas comerciales… empezó a vivir cosas que no había vivido antes. Por ella, incluso, llegó a Ojos que sienten, y logró integrarse a Líderes con visión, el proyecto que meses antes había sido presentado en el G-20, y que muy pronto empezaría sus actividades de capacitación.

Para mediados de diciembre tenían alrededor de un mes viviendo juntos y ambos acababan de perder su empleo, así que estaban desesperados. Fue entonces cuando Karen recibió una llamada telefónica en la que la invitaban a formar parte del proyecto. “Había cupo para quince personas, a las que iban a seleccionar según el currículo, y como ella tiene licenciatura e inicio de maestría, pensaron rápidamente en ella. El problema era yo, que no había terminado la preparatoria y, aunque fui a entrevista, quedé fuera. No diría que caí en depresión, pero sí me dio mucha ansiedad no saber qué iba a hacer”. Sin embargo, era solo cuestión de tiempo para que Abraham recibiera una nueva oportunidad. “No sé qué se habrán quedado pensando pero a los pocos días me hablaron para decirme que querían conocerme mejor, así que volví a ir. Esa vez la entrevista fue más profunda. Me pidieron que les contara mi historia. Al final me dijeron que les gustaba mi actitud y que si quería estaba dentro”. En ese momento, Abraham decidió que iba a retomar sus estudios para terminar la preparatoria cuanto antes.

Lo que hay en la pantalla
¿Qué significa ser débil visual? O, para ser más claros: ¿cómo es la vista de Abraham? Desde que empecé a platicar con él noté que es capaz de seguirme con la mirada, aunque para caminar se siente más seguro si utiliza su bastón. Me intriga saber cómo y qué tanto ve, así que se lo pregunto. “Te podría decir que veo más o menos un 40% y alcanzo a distinguir un 25%. Veo borroso y hay colores que no distingo, pero puedo darme cuenta, por ejemplo, de que usas barba”. A sus 27 años, Abraham ya superó por mucho el pronóstico que le dieron hace veintitrés. Sin embargo, eso no lo hace abrigar falsas esperanzas: sabe que llegará el día en que pierda la vista por completo y dice estar preparado para ello.

Karen lleva ya buen rato tecleando en su laptop. Veo que utiliza unos audífonos, y entiendo que con ellos debe de suplir –en la medida de lo posible– su falta de visión, pero aún tengo muchas dudas sobre cómo puede manejar una computadora sin ver. Para aclararlas, Abraham sugiere que me ponga el auricular. “¡Es como oír a alguien hablando en lenguas!”, le digo. Ambos ríen y me invitan a que escuche otra vez, pero antes él disminuye la velocidad de la voz. Ahora capto: se trata de un programa que verbaliza todo lo que aparece en el monitor. “Te va diciendo lo que hay en la pantalla según dónde pongas el cursor”, me explica Karen. Y sí: puedo comprobarlo mientras la velocidad no esté muy alta. Les digo que estoy impresionado por la capacidad que han desarrollado para entender y registrar palabras pronunciadas a velocidad ultra rápida. “Solo así puedes leer libros de 1,000 páginas en menos de una semana”, me presume Karen, y yo me quedo pensando en todo lo que me falta por conocer.

Cambiando perspectivas
En ocho años de historia, Ojos que sienten ha logrado impactar a casi 400,000 personas, mediante diferentes actividades enfocadas a cambiar la percepción sobre la gente con discapacidad visual. Para lograrlo, la asociación ha trabajado en dos flancos: por un lado, ofrece cursos a quienes padecen esta discapacidad con el fin de desarrollar en ellos diversas habilidades, empoderarlos y ampliar así sus oportunidades de integrarse a la vida laboral, además de fortalecer su posición en el ámbito social. Por otro lado, lleva a cabo distintos ejercicios con quienes no padecen una discapacidad de este tipo, para ayudarlos a generar empatía y propiciar un mejor entendimiento de lo que significa vivir bajo estas condiciones.

Como parte de la primera generación de Líderes con visión, Abraham y Karen pasaron por un proceso de capacitación de cuatro meses antes de ser candidatos a ocupar un puesto en alguna de las empresas afiliadas (aunque desde el principio todos fueron advertidos de que el trabajo no estaba garantizado para nadie y cada quien debía ganarse el puesto). Durante este tiempo estuvieron percibiendo un ingreso mensual para manutención en calidad de préstamo, bajo la única condición de que, una vez que hubieran obtenido empleo, fueran regresando poco a poco tal cantidad. Comunicación oral y escrita, computación, inglés, desarrollo humano, finanzas personales y manejo de grupos son algunas de las áreas comprendidas en el plan de estudios, además del curso Pensamiento creativo y comunicación a través de fotografía sensorial, que amerita mención aparte, pues es el punto de partida para todo lo demás. “En este taller uno aprende a sentir de verdad –explica Abraham–. Yo, por ejemplo, nunca me había detenido a observar las cosas con mis manos, con mis oídos… con mi intuición, incluso. La experiencia es muy interesante porque ayuda a darnos cuenta de que somos capaces de hacer más cosas de las que creíamos; y entonces todo empieza a cambiar”.  

Misión cumplida
En junio del año pasado, Abraham recibió una llamada en la que le avisaron que había sido elegido para integrarse al Departamento de Desarrollo Logístico, en la empresa multinacional Unilever. Al fin, después de un proceso que duró casi dos meses, en el que tuvo que realizar varias pruebas para demostrar sus aptitudes, vino la resolución a su favor. “Cuando supe que era el único de los candidatos con discapacidad pensé que no había posibilidades de quedarme. Por eso fue muy emocionante que me hablaran y me dijeran que se habían decidido por mí. ¡Al fin iba a trabajar en una gran empresa, con prestaciones...! Había llegado el momento de demostrar que podía”.

Abraham, que meses antes había tenido como máxima aspiración trabajar en un call center, se convirtió en la primera persona con discapacidad en ser contratada por Unilever. Además de alegría, la noticia llevó alivio a casa, pues para entonces Karen iba a cumplir seis meses de embarazo y, de no conseguir empleo pronto, se hubieran visto en una situación bastante complicada. Cuatro meses después, a finales de octubre, vino una nueva gran noticia: Karen había sido seleccionada para incorporarse al área de Recursos Humanos.
Abraham con sus compañeros de trabajo.

Diego Mc Kelligan, gerente de Logística y Planeación Estratégica, habla en tono de confesión al reconocer el desconcierto que le provocó saber que, en su nuevo equipo de trabajo había alguien en las condiciones de Abraham. “Valoro mucho que la empresa tenga este tipo de iniciativas, pero cuando supe de Abraham, la verdad me dio miedo. Fue hasta que lo conocí y me di cuenta de su potencial que recuperé la confianza. Los prejuicios quedaron atrás, y es que hace tan bien su trabajo que se nos olvida el tema de su discapacidad”. Escucho a Diego y pienso en lo que apenas unos días antes me decía Gina, al entrevistarla. Lamento que no haya estado presente para escucharlo, porque sé que le hubiera dado gusto, pero no importa: en algún momento leerá este reportaje y creo que tendrá más motivos para confiar en que la misión de Ojos que sienten se está cumpliendo a cabalidad: “Queremos acabar con los sentimientos de lástima hacia los discapacitados. Yo los invito a que nos olvidemos de etiquetas y veamos a las personas por todo lo que representan. Ser discapacitado no es la esencia de una persona, es solo una condición”. Enhorabuena, Gina, y felicidades al equipo que convierte en realidad sueños como el de Karen y Abraham.





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