La misma brisa que le hizo sentir frío minutos antes, arrastraba una hoja de papel por el pavimento. Él apartó su vista del libro y contempló la lentitud con que el papel se acercaba a la banca donde había decidido sentarse. Para ello fue necesario un viraje caprichoso en el recorrido, un cambio de trayectoria sin explicación. El papel llegó al fin a sus pies y ahí se detuvo un instante. Él le clavó la mirada en busca de algo, de cualquier cosa que pudiera entenderse como un mensaje; una vaga señal, al menos. Una nueva ráfaga sacudió al objeto y lo hizo girar, dejando ver ambas caras en blanco; vacías. Él sintió una especie de desencanto que, aún reanudando su lectura, no desapareció del todo.
Desde 1995 he colaborado para muchas revistas, periódicos y suplementos del país. Este blog de aparición tardía nació para rescatar viejas publicaciones y entreverarlas con algunas recientes y otras ocurrencias, como reportajes, cuentos, columnas, artículos de opinión y un que otro divertimento.
jueves, 17 de abril de 2014
Irremediable
Minificción publicada en Reflexiones sin remedio (ICHICULT y Conaculta, 2000).
La misma brisa que le hizo sentir frío minutos antes, arrastraba una hoja de papel por el pavimento. Él apartó su vista del libro y contempló la lentitud con que el papel se acercaba a la banca donde había decidido sentarse. Para ello fue necesario un viraje caprichoso en el recorrido, un cambio de trayectoria sin explicación. El papel llegó al fin a sus pies y ahí se detuvo un instante. Él le clavó la mirada en busca de algo, de cualquier cosa que pudiera entenderse como un mensaje; una vaga señal, al menos. Una nueva ráfaga sacudió al objeto y lo hizo girar, dejando ver ambas caras en blanco; vacías. Él sintió una especie de desencanto que, aún reanudando su lectura, no desapareció del todo.
La misma brisa que le hizo sentir frío minutos antes, arrastraba una hoja de papel por el pavimento. Él apartó su vista del libro y contempló la lentitud con que el papel se acercaba a la banca donde había decidido sentarse. Para ello fue necesario un viraje caprichoso en el recorrido, un cambio de trayectoria sin explicación. El papel llegó al fin a sus pies y ahí se detuvo un instante. Él le clavó la mirada en busca de algo, de cualquier cosa que pudiera entenderse como un mensaje; una vaga señal, al menos. Una nueva ráfaga sacudió al objeto y lo hizo girar, dejando ver ambas caras en blanco; vacías. Él sintió una especie de desencanto que, aún reanudando su lectura, no desapareció del todo.
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