Minificción inédita

La que se dio cuenta fue Xóchitl. "¿Ya viste cómo muerde su torta esa chava?", me preguntó. Yo volteé disimuladamente, y me encontré con sus ojos grandes, ansiosos, como si fueran a salir disparados hacia enfrente en cuanto los dientes se clavaran en el pan. Por alguna razón, parecía que cada mordida la dejaba al borde de una crisis de nervios. Aún no dejaba de verla cuando... "Ahora tienes que ver a la que está atrás de ti; ven, te cambio de lugar". Seguí las instrucciones de Xóchitl y, claro, al instante entendí por qué tenía que ver ahora a esa otra mujer. Créanme: no hay ni un atisbo de exageración al decir que, de una mordida, esa chica de complexión delgada, a la que no le calculé más de 30 años, era capaz de meterse a la boca todo un taco al pastor. Completito. Crucé una mirada con Xóchitl y no fue necesario hablar para saber que ambos queríamos irnos de ahí cuanto antes. Cancelé lo que habíamos pedido y nos fuimos a casa a cenar. Yo me comí un sándwich en la cocina, ella se llevó su ensalada al cuarto de la televisión
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