Columna publicada en la revista Deep, julio 2013.
Si hubiera nacido en los años treinta, y la transición entre las décadas de 1950 y 1960 me
hubiera agarrado en los veintitantos, seguro habría visto con fascinación la ocurrencia del pop art. Ver cómo Rauschenberg, Johns, Lichtenstein, Wharhol y otros tantos encontraban en lo más frívolo y mundano del entorno consumista motivos para crear arte de acceso general me habría resultado por demás divertido.
Hoy, incluso, debo reconocer que me entretengo fácilmente con lo que a la fecha se reconoce como cultura pop en muchas de sus formas: disfruto de una película de acción, oigo música comercial, veo la televisión sin empacho… digamos que es cómodo, y hasta cierto punto un remedio relajante ante el ajetreo al que uno se expone en la cotidianidad. Pero hay algo que caracteriza a esta sociedad de consumo con lo que simple y sencillamente no he aprendido a lidiar: el hecho de que cualquier hijo de vecina encuentre en las redes sociales el espacio idóneo para propagar profundísimas reflexiones (propias o ajenas) sobre, ¿qué le gusta: el privilegio de ser padre / madre? ¿Las causas por las que deberíamos convertirnos en rescatistas de perros y gatos callejeros? ¿Política? ¿Economía? ¿Nutrición? ¿Las claves del éxito, del amor y de la felicidad? Si algo han venido a demostrar Facebook y Twitter es que en cada usuario hay alguien que de alguna inexplicable manera nació siendo experto en todos los temas habidos y por haber; y no sólo eso: además, y sobre todo, ¡está ansioso por demostrarlo e iluminar a todo prójimo circundante con su sapiencia!
En redes sociales no hay espacio para el pudor; mucho menos para la autoconciencia y la autocrítica. Lo hay, en cambio, para el libre despliegue de “argumentos” que van y vienen defendiendo todo tipo de posturas, causas, caprichos. Por supuesto, caben también todo tipo de “pruebas” para sustentar lo que se dice: citas y testimonios apócrifos, artículos carentes de estructura y de rigor periodístico extraídos de cualquier blog anónimo, burdos fotomontajes hechos por cualquier aprendiz en Photoshop… de lo que se trata es de imponer verdades relativas y ganarle el alegato a quien piensa diferente, ya que eso, automáticamente, significa que no sabe, que no entiende y ¿para qué estoy yo, si no es para hacer que entre en razón? Tal vez ni el propio Ortega y Gasset imaginaba lo que hace ochenta años, cuando escribió La rebelión de las masas, estaba apenas por venir.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario