Al igual que otros miles de niños y adolescentes mexicanos, hubo un tiempo en que Abraham quiso ser futbolista. Por un año, incluso, formó parte de las fuerzas básicas del Necaxa. Quienes lo vieron jugar saben que era muy buen portero… hasta que empezó a dejar de ver el balón. “¡¿Estás ciego?!”, le gritaban sus compañeros de equipo, furiosos, cuando se le escurría la pelota e iba a dar hasta la red. Ellos no sabían, pero Abraham padecía retinosis pigmentaria, un problema ocular que, según los pronósticos médicos, tendría que haberlo dejado sin vista desde años atrás.
El hombre al que
le cambió la vida
Vine a casa de Abraham para conocer su historia. La idea
surgió hace apenas unos días, tras leer en una página de internet que la
fotógrafa mexicana, Georgina Badenoch, sería condecorada por la Reina Isabel II
con la Medalla del Imperio Británico. ¿A qué se debe el honor? A la labor que
ha venido realizando a través de Ojos que sienten, una asociación civil que
fundó en 2006 para ofrecer ayuda a personas con discapacidad visual. El nombre
de Abraham Sorchini salió a relucir cuando hablé para comunicarles mi interés
de narrar un caso de éxito, la historia de alguien a quien la organización le hubiera
cambiado la vida.
Según me cuenta, Abraham tiene apenas unos meses viviendo
aquí, en Cuautitlán Izcalli, un municipio ubicado en la parte noroeste del
estado de México. Antes vivía en la delegación Iztapalapa, en el DF, pero
llegaba a hacer hasta tres horas de camino a Tultitlán, otro municipio, colindante
con Cuautitlán Izcalli, donde se encuentra la planta de Unilever, empresa para
la cual trabaja desde junio. La mudanza fue a tal grado favorable que redujo el
trayecto diario a poco menos de media hora.
Justo voy a preguntarle por su esposa, cuando ella aparece.
No viene sola, sino con Aurora, hija de ambos, que cumplió seis meses en marzo.
Karen, a diferencia de Abraham, no ve absolutamente nada.
Diálogo en la
oscuridad
Apoyados con un bastón, y siguiendo las instrucciones que
iba dando la voz de un guía invidente, un grupo de personas, entre las que
estaba Gina Badenoch, recorría la sala Diego Rivera, del Palacio de Bellas
Artes, que se encontraba completamente a oscuras. La intención era que, al no
ver, los visitantes pusieran más atención que de costumbre a sus otros
sentidos, y fueran captando sonidos, texturas, aromas, cambios de temperatura…
con la idea de experimentar, aunque solo fuera mínimamente y durante unos minutos,
algo similar a lo que vive un ciego. Se trataba de la exhibición “Diálogo en la
oscuridad”, una propuesta del periodista alemán Andreas Heinecke, que se presentaba por primera vez en México, luego de haber tenido un éxito
rotundo en más de cien ciudades desde su estreno en 1988. Gina salió de Bellas
Artes con una interrogante en la mente: “¿Qué pasaría si yo pudiera enseñarle a
personas ciegas cómo tomar fotografías, para que ellos nos mostraran a quienes
vemos, cómo perciben el mundo?”. Ella estaba entonces por irse a estudiar la
maestría Imagen y Comunicación en la Goldsmiths University of London, así que la pregunta
pronto se convirtió en tema de investigación –le interesaba saber qué tan
viable era llevarlo a la práctica– y poco después en realidad: en 2005, de
regreso en México, Gina impartió su primer taller de fotografía sensorial para
personas con discapacidad visual.
Para
entonces, Gina había estudiado el trabajo fotográfico de Evgen Bavcar, Flo Fox
y el mexicano Gerardo Nigenda, los tres ciegos, y se había dado cuenta de que, para
quienes han quedado privados de la vista, la información que reciben a partir
de sus otros sentidos, no solo cobra mucho más relevancia, sino que puede
llegar a ser un gran detonador de emociones. Su intención, entonces, era mostrarles
a personas con discapacidad visual que ellos también eran capaces de tomar
fotografías, cambiando así, primero su autopercepción, y posteriormente, la
percepción de la sociedad en general acerca de ellos. “Al enfocarse en crear
una imagen a partir de lo que siente, la persona cae en cuenta de lo que es
capaz de hacer con sus otros sentidos. Esto cambia su percepción de que ser
ciego es ser inútil, e inmediatamente sube su autoestima”.
Los
resultados obtenidos en ese primer taller fueron tan gratificantes que
sirvieron para reafirmar sus propósitos y descubrir que por ese camino podría
llegar aún más lejos. Entonces empezó a tomar forma la idea de crear una
organización que pudiera tener un mayor impacto en la sociedad. Una asociación civil
que le diera voz a aquéllos que, por padecer de una discapacidad visual, habían
permanecido relegados de la dinámica social. Bajo este objetivo, nació en 2006
Ojos que sienten A.C.
Su blusita rosa
Hace unos días, cuando empecé a coordinar este
encuentro, caí en cuenta de que nunca había conversado frente a frente con un
ciego. Tal vez sea una ingenuidad de mi parte, pero debo reconocer que la
situación me tenía un tanto inquieto. No quería que se me escapara un
comentario fuera de lugar… me preocupaba, sobre todo, caer en ese error frecuente
y tan desafortunado de convertir la empatía en conmiseración. Lo que yo no
había considerado, es que Abraham y Karen están acostumbrados a tratar con todo
tipo de gente y a lidiar sin problemas con torpezas como las que yo estaba
temiendo cometer. Además están contentos con mi visita y con la idea de dar a
conocer su historia, de la cual se sienten orgullosos. Eso ayuda a que la
tensión ceda poco a poco.
Karen Guerrero también trabaja en Unilever,
aunque no en la planta de Tultitlán, sino en el corporativo, que está en el
desarrollo urbano Santa Fe. Me cuenta que para ir y venir utiliza el servicio
de transporte que ofrece la empresa, así que los traslados no le resultan
particularmente complicados. “¡Por cierto…! Tengo que responder un par de
mails”, recuerda de pronto, y se dirige a Abraham para encargarle a la niña por
un momento. Mientras él se sienta a su hija en las piernas, ella le aclara: “Le
puse su blusita rosa”. Y luego voltea para preguntarme: “¿Se ve bonita?”. “Claro
–le digo–, muy bonita”. Y ella va sonriendo con orgullo hacia la mesa del
comedor, donde está su laptop.
Los primeros años
María Esther y Eduardo empezaron a sospechar que Abraham
tenía un problema de visión desde que lo vieron chocar contra los muebles al
gatear. Sin embargo, el temor a que un especialista confirmara sus sospechas
les impidió hacer algo al respecto. No fue hasta que su hijo había cumplido
cuatro años cuando lograron armarse de valor y lo llevaron a la Asociación para
evitar la ceguera en México (APEC), una institución de asistencia privada que
ofrece atención oftalmológica a pacientes de escasos recursos –como es el caso
de la familia de Abraham–, ubicada en la delegación Coyoacán, en la Ciudad de
México. A los padres no les quedó más remedio que enfrentar una realidad que
habían eludido por años: el padecimiento de Abraham era progresivo y todo
parecía indicar que se quedaría completamente ciego alrededor de los doce
años.
Ante lo inevitable, lo mejor era empezar a darle a su
hijo las herramientas que a la vuelta de unos años iban a resultar
indispensables, como aprender a leer el sistema Braille, e inscribirlo en
alguna escuela especializada en ciegos y débiles visuales. Sin embargo, y aunque los médicos fueron muy claros en ello, para María Esther y Eduardo
seguía siendo muy difícil aceptar las circunstancias y las recomendaciones
quedaron en el aire. “Mis papás se resistían a la idea, así que me compraron
lentes y me inscribieron en una escuela normal, de gobierno. Yo, mal que bien,
alcanzaba a hacer las actividades escolares; con gafas, pero podía leer y hacer
prácticamente todo. Digamos que encontré la forma de llevar una vida escolar
normal, hasta donde me fue posible”.
Abraham llegó a la edad en que supuestamente iba a perder la vista por completo y, aunque su problema se acentuaba cada vez más, no había dejado de ver. Enfrentaba, eso sí, muchas frustraciones, como tener que dejar de jugar futbol, y cualquier cantidad de situaciones incómodas, sobre todo mientras cursaba la secundaria en una escuela de ciudad Nezahualcóyotl, un ambiente que por momentos resultaba demasiado agresivo para él. “A veces las bromas de mis compañeros eran bastante pesadas: me escondían los lentes, me hacían quedar en ridículo… no me quedó más opción que empezar a hacer justicia por mi propia mano”. Abraham era el más alto y corpulento del salón, lo que le sirvió para hacerle frente a unos cuantos, con tal de que dejaran de agredirlo.
Líderes con
visión
En junio de 2012, tocó a Los Cabos, Baja California Sur,
ser sede de la cumbre del G-20, entonces en su séptima edición. Ahí,
autoridades gubernamentales y empresarios mexicanos firmaron un acuerdo de
compromisos planteados en el proyecto Líderes con visión, un modelo de
educación, sensibilización e inclusión laboral, que privilegia la diversidad, atracción de talento y productividad, formando
personas que carecen de oportunidades para desarrollar su potencial. Este
modelo fue desarrollado por Ojos que Sienten, a partir de las necesidades planteadas
en el Decreto por el cual se creó la Ley General para la Inclusión de Personas
con Discapacidad, publicado en el Diario Oficial de la Federación, en mayo de
2011. Sus objetivos, según explicó la propia Gina Badenoch durante su
intervención en dicho evento, son: “…que un grupo de personas que ha sido vista
desde su discapacidad, ahora sea valorada por su capacidad y talento; y que la
educación de calidad e inclusión de personas con discapacidad se convierta a lo
largo del tiempo, en una práctica e inversión altamente común entre las
empresas en México”.
Microsoft, Danone, DELL, General Electric, Scotiabank
Inverlat, Cinépolis, CIE Corporación Interamericana de Entretenimiento y
Fundación Manpower son algunas de las empresas que, para entonces, se habían
afiliado al proyecto, al igual que Unilever México, la empresa que hace unos
meses les dio a Karen y a Abraham una oportunidad de trabajo que les cambiaría
la vida.
De acuerdo con Cecilia García, gerente de Recursos Humanos
para ventas, y cabeza del programa Diversidad para Unilever México y Caribe, la
empresa de la cual forma parte, se ha consolidado como un ejemplo a seguir en lo
que se refiere a diversidad e inclusión. “Hay empresas que, aunque no firmaron el
acuerdo en el G-20, llaman para preguntarnos cómo nos está resultando la puesta
en práctica del proyecto, porque tienen interés en sumarse. A mí me da gusto poderles
decir que los resultados han sido muy positivos, y ver que cada vez hay más
conciencia sobre este tema”.
Cuando todo
empieza a cambiar
La vida de Abraham empezó a dar un giro de 180 grados el
día que conoció a Karen. Fue el 12 de marzo de 2012 –lo recuerda bien–, durante
el VII Congreso Latinoamericano de Ciegos, que se realizó en el Hotel Ramada de
la Ciudad de México, donde ambos formaban parte del equipo de voluntarios. De
entrada, admiró que tuviera una carrera profesional (Psicología) y que además estuviera
estudiando una maestría en Desarrollo del Capital Humano. Pero además, y sobre
todo, le sorprendió la gran actitud que tenía ante la vida, aun cuando, a
diferencia de él, su visión es nula desde los 10 años, debido a que padece la
enfermedad de Stargardt.
Al poco tiempo de haberse conocido se hicieron novios y todo
empezó a cambiar para él, que hasta entonces había sido tímido y reservado: con
Karen se animó a ir al cine, a conciertos, a plazas comerciales… empezó a vivir
cosas que no había vivido antes. Por ella, incluso, llegó a Ojos que sienten, y
logró integrarse a Líderes con visión, el proyecto que meses antes había sido
presentado en el G-20, y que muy pronto empezaría sus actividades de
capacitación.
Para mediados de diciembre tenían alrededor de un mes
viviendo juntos y ambos acababan de perder su empleo, así que estaban
desesperados. Fue entonces cuando Karen recibió una llamada telefónica en la
que la invitaban a formar parte del proyecto. “Había cupo para
quince personas, a las que iban a seleccionar según el currículo, y como ella tiene
licenciatura e inicio de maestría, pensaron rápidamente en ella. El problema era
yo, que no había terminado la preparatoria y, aunque fui a entrevista, quedé fuera.
No diría que caí en depresión, pero sí me dio mucha ansiedad no saber qué iba a
hacer”. Sin embargo, era solo cuestión de tiempo para que Abraham recibiera una
nueva oportunidad. “No sé qué se habrán quedado pensando pero a los pocos días
me hablaron para decirme que querían conocerme mejor, así que volví a ir. Esa
vez la entrevista fue más profunda. Me pidieron que les contara mi historia. Al
final me dijeron que les gustaba mi actitud y que si quería estaba dentro”. En
ese momento, Abraham decidió que iba a retomar sus estudios para terminar la
preparatoria cuanto antes.
Lo que hay en la
pantalla
¿Qué significa ser débil visual? O, para ser más claros:
¿cómo es la vista de Abraham? Desde que empecé a platicar con él noté que es
capaz de seguirme con la mirada, aunque para caminar se siente más seguro si
utiliza su bastón. Me intriga saber cómo y qué tanto ve, así que se lo
pregunto. “Te podría decir que veo más o menos un 40% y alcanzo a
distinguir un 25%. Veo borroso y hay colores que no distingo, pero puedo darme
cuenta, por ejemplo, de que usas barba”. A sus 27 años, Abraham ya superó por
mucho el pronóstico que le dieron hace veintitrés. Sin embargo, eso no lo hace
abrigar falsas esperanzas: sabe que llegará el día en que pierda la vista por completo
y dice estar preparado para ello.
Karen lleva ya buen rato tecleando en su laptop. Veo que
utiliza unos audífonos, y entiendo que con ellos debe de suplir –en la medida
de lo posible– su falta de visión, pero aún tengo muchas dudas sobre cómo puede
manejar una computadora sin ver. Para aclararlas, Abraham sugiere que me ponga
el auricular. “¡Es como oír a alguien hablando en lenguas!”, le digo. Ambos
ríen y me invitan a que escuche otra vez, pero antes él disminuye la velocidad
de la voz. Ahora capto: se trata de un programa que verbaliza todo lo que aparece
en el monitor. “Te va diciendo lo que hay en la pantalla según dónde pongas el
cursor”, me explica Karen. Y sí: puedo comprobarlo mientras la velocidad no
esté muy alta. Les digo que estoy impresionado por la capacidad que han
desarrollado para entender y registrar palabras pronunciadas a velocidad ultra
rápida. “Solo así puedes leer libros de 1,000 páginas en menos de una semana”, me
presume Karen, y yo me quedo pensando en todo lo que me falta por conocer.
Cambiando
perspectivas
En ocho años de historia, Ojos que sienten ha logrado impactar
a casi 400,000 personas, mediante diferentes actividades enfocadas a cambiar la
percepción sobre la gente con discapacidad visual. Para lograrlo, la asociación
ha trabajado en dos flancos: por un lado, ofrece cursos a quienes padecen esta
discapacidad con el fin de desarrollar en ellos diversas habilidades, empoderarlos
y ampliar así sus oportunidades de integrarse a la vida laboral, además de
fortalecer su posición en el ámbito social. Por otro lado, lleva a cabo
distintos ejercicios con quienes no padecen una discapacidad de este tipo, para
ayudarlos a generar empatía y propiciar un mejor entendimiento de lo que
significa vivir bajo estas condiciones.
Como parte de la primera generación de Líderes con
visión, Abraham y Karen pasaron por un proceso de capacitación de cuatro meses
antes de ser candidatos a ocupar un puesto en alguna de las empresas afiliadas
(aunque desde el principio todos fueron advertidos de que el trabajo no estaba
garantizado para nadie y cada quien debía ganarse el puesto). Durante este
tiempo estuvieron percibiendo un ingreso mensual para manutención en calidad de
préstamo, bajo la única condición de que, una vez que hubieran obtenido empleo,
fueran regresando poco a poco tal cantidad. Comunicación oral y escrita,
computación, inglés, desarrollo humano, finanzas personales y manejo de grupos
son algunas de las áreas comprendidas en el plan de estudios, además del curso Pensamiento
creativo y comunicación a través de fotografía sensorial, que amerita mención
aparte, pues es el punto de partida para todo lo demás. “En este taller uno
aprende a sentir de verdad –explica Abraham–. Yo, por ejemplo, nunca me había detenido
a observar las cosas con mis manos, con mis oídos… con mi intuición, incluso. La
experiencia es muy interesante porque ayuda a darnos cuenta de que somos
capaces de hacer más cosas de las que creíamos; y entonces todo empieza a
cambiar”.
Misión cumplida
En junio del año pasado, Abraham recibió una llamada en
la que le avisaron que había sido elegido para integrarse al Departamento de
Desarrollo Logístico, en la empresa multinacional Unilever. Al fin, después de
un proceso que duró casi dos meses, en el que tuvo que realizar varias pruebas
para demostrar sus aptitudes, vino la resolución a su favor. “Cuando supe que
era el único de los candidatos con discapacidad pensé que no había
posibilidades de quedarme. Por eso fue muy emocionante que me hablaran y me dijeran
que se habían decidido por mí. ¡Al fin iba a trabajar en una gran empresa, con
prestaciones...! Había llegado el momento de demostrar que podía”.
Abraham, que meses antes había tenido como máxima
aspiración trabajar en un call center, se convirtió en la primera persona con
discapacidad en ser contratada por Unilever. Además de alegría, la noticia llevó
alivio a casa, pues para entonces Karen iba a cumplir seis meses de embarazo y,
de no conseguir empleo pronto, se hubieran visto en una situación bastante complicada.
Cuatro meses después, a finales de octubre, vino una nueva gran noticia: Karen
había sido seleccionada para incorporarse al área de Recursos Humanos.
Diego Mc Kelligan, gerente de Logística y Planeación
Estratégica, habla en tono de confesión al reconocer el desconcierto que le
provocó saber que, en su nuevo equipo de trabajo había alguien en las
condiciones de Abraham. “Valoro mucho que la empresa tenga este tipo de
iniciativas, pero cuando supe de Abraham, la verdad me dio miedo. Fue hasta que
lo conocí y me di cuenta de su potencial que recuperé la confianza. Los
prejuicios quedaron atrás, y es que hace tan bien su trabajo que se nos olvida
el tema de su discapacidad”. Escucho a Diego y pienso en lo que apenas unos
días antes me decía Gina, al entrevistarla. Lamento que no haya estado presente
para escucharlo, porque sé que le hubiera dado gusto, pero no importa: en algún
momento leerá este reportaje y creo que tendrá más motivos para confiar en que
la misión de Ojos que sienten se está cumpliendo a cabalidad: “Queremos acabar
con los sentimientos de lástima hacia los discapacitados. Yo los invito a que
nos olvidemos de etiquetas y veamos a las personas por todo lo que representan.
Ser discapacitado no es la esencia de una persona, es solo una condición”. Enhorabuena,
Gina, y felicidades al equipo que convierte en realidad sueños como el de Karen
y Abraham.