sábado, 19 de diciembre de 2015

De regreso al rancho

Artículo publicado en la revista México Desconocido, diciembre 2015. 

Foto: Jesús Cornejo

Llueve a cántaros en San Isidro Chichihuistán. Calculo que son las seis o seis y media de la tarde, aunque podría ser mucho más temprano. Difícil saberlo estando oculto el sol. Pero además, qué importa la hora cuando no existen compromisos por cumplir y la tarde no es más que una invitación a seguir viendo el agua caer desde el cobertizo.

Aunque nací en Chihuahua y tuve la fortuna de conocer la vida de campo siendo un niño, más de 15 años en la Ciudad de México han hecho de mí un triste citadino promedio: paso la mayor parte del tiempo sentado frente a un monitor, tengo tanto trabajo que vivo como si me estuvieran persiguiendo y me doy cuenta, sin hacer gran cosa para evitarlo, de cómo crece cada día mi adicción a internet. Por eso me sedujo la idea de venir. De escapar, aunque fuera solo por un par de días, y redescubrir cómo es que transcurre el tiempo cuando no se tiene acceso a 3G ni a WiFi… ni a la señal del teléfono, siquiera. Bastan unos cuantos minutos frente a la lluvia, contemplando el bosque y disfrutando el entrañable olor a campo que regalan las estufas de leña, para evocar esa época en que solía pasar los fines de semana en el rancho de mi padre. La época en que, sin duda, más he aprendido en mi vida.

Auténtica vida de campo
San Isidro Chichihuistán forma parte del municipio de Teopisca, ubicado justo en el centro del estado de Chiapas. Aquí, en esta localidad, se encuentra El Rancho Evergreen, una extensión de 38 hectáreas en donde viven Stéphanie, Samuel y sus dos hijas: Zoë y Cheyenne, de 12 y 10 años de edad. El Rancho Evergreen es su casa, pero es también la casa de quien viene a pasar unos días con ellos, ya sea de vacaciones o para trabajar como voluntario a cambio de techo, comida y, sobre todo, la oportunidad de experimentar la auténtica vida de campo.

Cuando llegué al rancho fueron Zoë y Cheyenne quienes salieron a recibirme. Las vi tan pequeñas que pregunté por Stéphanie, con quien había tratado hasta entonces lo relacionado con mi estancia. Las niñas, sin embargo, sabían perfectamente qué hacer y, en vez de ir a hablarle a su mamá me pidieron que las acompañara; ellas me llevarían hasta la cabaña en donde dormiría los próximos dos días.

Conforme fue transcurriendo el tiempo en el rancho pude darme cuenta, no solo de que Zoë y Cheyenne eran capaces de hacer muchas otras cosas, además de darle la bienvenida a los huéspedes –son expertas montando a caballo, hablan tres idiomas, tocan distintos instrumentos y se desenvuelven con una solvencia sorprendente para su edad– sino de que son dignas representantes de la filosofía de vida que practican sus padres.

Dioses en la Tierra
Entre los grandes atractivos que ofrece El Rancho Evergreen están, definitivamente, los caballos. No solo por la posibilidad de hacer una cabalgata por el bosque y adentrarse en los espectaculares escenarios del entorno, sino por todo lo que se puede experimentar y aprender sobre estos animales estando al lado de Sam. Originario de Arizona, Estados Unidos, este descendiente de cherokees nació, creció y nunca, en sus 56 años de vida, ha dejado de estar entre caballos, por quienes profesa respeto y admiración. “Dioses… que viven con nosotros en la Tierra”, pronuncia convencido cuando alguien le pregunta qué son para él los caballos.

De manera que aquí no se trata solo de aprender a montar o de ir a dar un paseo, sino de dejarse contagiar de ese cariño que este hombre siente por los animales, y de entender, a través de esa emoción, todo lo que podemos recibir de la naturaleza cuando logramos conectar con ella.

Para mí, que declaré haber aprendido a montar desde niño, Sam eligió a Kimbe, un macho negruzco, no muy alto, pero de quien recordaba haber escuchado algo (¿amenazante?) la tarde anterior. Si mi memoria no me estaba traicionando, una de las niñas había dicho que a ese potro no lo montaba cualquiera. Que era medio… ¿“rebelde”? ¿Había utilizado esa palabra?

Después de haber estado un rato cepillándolos, hablando con ellos y limpiándoles los cascos, montamos los caballos. Primero sin silla, por recomendación de Sam, para poder sentir su cuerpo y conocer sus movimientos. Así dimos algunas vueltas al ruedo antes de ponerles la montura y salir de excursión rumbo la montaña.

Foto: Jesús Cornejo

El placer de la sobremesa
Bendita tradición ranchera, la de llegar a preparar algo apetitoso después de un paseo a caballo. Bajo la batuta de Stéphanie, la cocina se convirtió rápido en una especie de laboratorio en el que todos colaboramos en la preparación de varias delicias. Chiles rellenos, frijoles de la olla, ensalada de vegetales orgánicos, chorizo casero, tortillas hechas a mano y otros tantos platillos, todos ellos maravillosos, fueron pretexto para echar a andar una de esas charlas que no deberían terminar nunca.



Stéphanie nos contó que salió de Francia hace quince años (es originaria de Lyon) porque sentía que algo le faltaba a su vida. Pensaba viajar un tiempo por Centroamérica pero los azares del destino la llevaron a San Cristóbal de las Casas, donde conoció a Sam, y descubrió en él su razón para quedarse en México. Luego Sam platicó que en algún tiempo estuvo trabajando en Hollywood. Le pregunté en broma si fue como doble de Jeff Bridges, y me aclaró que en realidad lo contrataron para adiestrar a unos caballos que saldrían en una película. 



Algo que me llamó la atención desde que llegamos fue cómo, a pesar de su corta edad, Cheyenne y Zoë habían participado en cada actividad junto con nosotros: lo mismo fueron parte de la caminata bajo la lluvia y de la excursión a caballo que de la preparación de la cena; jugamos beisbol, compartimos la mesa en cada comida y nunca se quedaron atrás en una conversación. Stéphanie y Sam me hicieron entender por qué las niñas se sentían tan cómodas tratando con adultos. Escépticos respecto a la educación tradicional, decidieron darles otro tipo de formación, basada, obviamente, en el contacto y conocimiento de la naturaleza. Pero no solo eso. Aunque nunca han ido a la escuela, Zoë y Cheyenne toman en casa clases de Historia, Literatura, Geografía, Redacción, Matemáticas… además de estar acostumbradas a tratar con todo tipo de personas –de diferentes nacionalidades y formas de pensar–, de las que llegan a pasar unos días en el rancho.

Decía ya que Zoë y Cheyenne representan muy bien la filosofía de vida que practican sus papás, pero también representan una de mis mayores añoranzas y la principal razón por la que pienso volver pronto a este lugar: el contacto con la naturaleza y la vida sencilla del campo, la oportunidad de tratar con personas de diferentes partes del mundo y distintas formas de pensar; los caballos, la comida, la despreocupación por el tiempo, el gusto por la conversación… todo ello, en conjunto, es para mí una de las mejores formas de seguir aprendiendo sobre lo verdaderamente importante.

Para salir de dudas
“¿Es cierto que no cualquiera monta a Kimbe?”, le pregunté a Sam cuando me acerqué a él para despedirme. “Es cierto… de ocho que lo montan, siete terminan en el piso –me dijo despreocupado–, pero también es uno de los mejores caballos para montar, y yo me di cuenta de que le caíste bien desde el principio”.


Foto: Jesús Cornejo

miércoles, 9 de septiembre de 2015

Trampa para dos

Cuento inédito, incluido en el libro Cinco historias cortas sobre mujeres feas

El timbre del teléfono irrumpió como un mal presagio, a esas horas en que las llamadas suelen traer malas noticias.
–Bueno.
–¿Cómo amaneciste?
       –Pues… amanecí.
            Rosaura acababa de descubrir que le habían cortado el gas y estaba de mal humor. Su hermana lo supo unos minutos después, cuando despertó, y decidió llamarle intentando ayudarla.
       –¿No te quieres venir a bañar?
Odiaba recibir favores de Rosalinda, pero la opción de bañarse con agua fría en invierno le parecía terrible. Vio el reloj y comprobó que si no se daba prisa llegaría tarde a trabajar.
–Aksel no está en casa, si eso te hace sentir más cómoda –agregó la hermana menor.
Si los papeles estuvieran invertidos, Rosalinda hubiera tenido que soportar el agua helada o irse al trabajo sin bañar. Desde niñas, ella ha sido la considerada, la amigable, la alegre, la simpática… en cuanto a personalidad son completamente opuestas; físicamente, en cambio, las distinguen apenas algunos detalles imperceptibles: ambas son prácticamente igual de feas.
            Rosaura sacó una maleta del clóset y echó en desorden un pantalón de mezclilla, los zapatos blancos sin tacón, un brasier, el cepillo de dientes y otro para el pelo, la playera del uniforme, un desodorante, un brillo para los labios y un calzón sumamente desgastado. ¿Pero qué importaba eso si nunca nadie le veía los calzones?
Iban a ser las nueve cuando salió de su casa y pegó la carrera rumbo a la parada del camión. El frío seco le picoteó los huesos y le reclamó nuevamente el descuido de no haber pagado el gas. Ahora tendría que usar la hora de comida en ir a saldar la deuda y rogar por que le reinstalaran el servicio lo antes posible.
Las calles rebosaban parafernalia navideña: foquitos de colores enredados en los árboles y pegados a las ventanas, coronas con follaje de plástico adornadas con moños y cascabeles, santacloses de todas las formas y tamaños imaginables, trineos, monos de nieve… Basura de temporada, pensó Rosaura... sólo una estúpida forma de tirar el dinero. Estaba por tocar la puerta cuando tuvo un impulso de irse. Podría evitarse el disgusto de ver a Rosalinda si se iba de una vez a la estética, donde al menos se podría lavar el cabello… Luego pensó que Joel, su jefe, seguro la castigaría por presentarse a trabajar en esas fachas, así que presionó el timbre.
Desde afuera escuchó la melodía de Noche de Paz anunciando su llegada, seguida de los pasos que se acercaban para abrir la puerta.
–Qué rápido llegaste.
La gemela ostentaba una amplia sonrisa que parecía una incoherencia en ese rostro negado por completo a la armonía: orejas parabólicas, nariz puntiaguda, pómulos escurridos y una pelusa negra, casi barba, invadiendo una buena parte de la cara. Rosaura prefirió llevar la mirada hacia otro punto y eludir esa versión alegre de sí misma que tanto la irritaba.
–De milagro, hoy el camión no se tardó siglos –respondió con la vista puesta en un árbol de navidad cargado de esferas y muñequitos.
–Te puse una toalla en el baño, ¿necesitas algo más?

Previendo que sus hijas nunca llegarían a ser el tipo de mujeres que se abren camino por la vida con su linda cara, la madre consideró necesario hacer un sacrificio e inscribirlas en un colegio caro para que tuvieran roce social y recibieran una buena educación. Fue aquel primer día de clases, cuando su mamá se esmeró con el peinado de colitas a los lados y les puso sus vestidos rojos y zapatos brillantes, cuando la personalidad de las gemelas tomó diferentes direcciones. Era la hora del recreo y Rosaura iba entrando al baño cuando un escalofrío le sacudió el cuerpo y la dejó con una sensación de angustia metida en el estómago. Lo mismo estaba sintiendo su hermana al enfrentar las burlas de tres chamacos de segundo a quienes les daba mucha risa que la niña tuviera cara de duende. Quiso correr hacia la cafetería para defenderla. Era la mayor, aunque fuera sólo por unos minutos. Además era más fuerte y no se asustaba tan fácil. Debía ir a ayudarla. Pero algo la hizo cambiar de opinión: esos niños no estaban diciendo mentiras, su hermana en verdad parecía duende. Se sentó en la taza y dejó a esa idea rondar por su cabeza unos minutos. Se dio cuenta de que también a ella le hubiera gustado burlarse de Rosalinda por tener una cara tan fea, pero eso era absurdo, y caer en cuenta de ello provocó que empezara a odiar a su hermana.

Tenía poco más de media hora para llegar a la estética y todavía no se bañaba, así que dejó a Rosalinda hablando sola y se metió hasta el baño de un jalón. Antes pasó por la recámara, en donde la recibió un fuerte olor a sexo que se desprendía de las sábanas revueltas, lo que encendió su imaginación de golpe. Rosaura vio la escena que, detalles más o menos, se había llevado a cabo poco antes en ese lugar: su hermana gemela apoyada en cuatro puntos gozaba a gritos con los embates de su esposo que la penetraba por detrás. Una llama de calor nació en su vientre. Luego, como la flama que corre siguiendo una veta de gasolina, le invadió el cuerpo en un instante. Aksel no era un adonis, pero en ese momento lo deseó como nunca había deseado a un hombre en su vida. ¡Le hubiera encantado ser ella quien unas horas antes alzaba el culo para ponerlo a su disposición!
Abrió la llave de la regadera y, mientras se quitaba la ropa, recordó algo que su hermana le había dicho por teléfono: “Aksel no está en casa, si eso te hace sentir más cómoda”. ¿Se trataba realmente de su comodidad o Rosalinda pensaba más bien en poder estar tranquila ella misma? No había pasado ni un año desde el día que fue a la estética nada más para presumirle que un fotógrafo noruego la había invitado a salir. Lo había conocido un día antes, en la calle, mientras caminaba rumbo a casa después del trabajo. Según dijo, el tipo se acercó para preguntarle si le podía sacar una fotografía. Qué imbécil, pensó Rosaura, segura de que sólo se querían burlar de ella. Pero no era así. Por alguna razón, las desproporciones en la cara de Rosalinda habían resultado atractivas para Aksel. Ella, que por su físico no había recibido más que burlas, no encontró palabras para responder. Entonces el fotógrafo fue aún más lejos y dijo lo impensable: “Eres muy bella”. Rosaura estaba segura de que Aksel no era más que una fantasía de su hermana, afectada al punto del delirio por la crisis de los treinta años que le habían caído encima. Días después, sin embargo, el sueño se materializó: Rosalinda sorprendió a todos cuando llevó al noruego de carne y hueso a cenar a la casa. Frente a la evidencia surgieron las preguntas: pero, ¿qué podía gustarle de ella? En medio de estas cavilaciones, Rosaura tuvo una ocurrencia que la hizo temblar: si su hermana gemela resultaba hermosa para los ojos de Aksel, ella tendría que causarle la misma impresión. Entonces supo que la estaba observando; sintió su mirada encima y no pudo evitar sonrojarse. Rosalinda, atenta a lo que estaba ocurriendo, tomó a su invitado del brazo y lo llevó a la sala para platicar con él a solas. No correría el riesgo de perder lo mejor que le había pasado en su vida. Rosaura no volvió a ver a Aksel hasta el día en que se casó con su hermana, apenas tres meses después. Entonces, ¿para quién era la comodidad de que el fotógrafo estuviera en ese momento fuera de casa? Resignada a recibir el regaño de Joel, Rosaura prefirió tomar las cosas con calma y entregarse al placer que le regalaba su imaginación exaltada por la figura ausente de su cuñado y por el agua caliente que le acariciaba el cuerpo.

Rosalinda tendía la cama cuando su cuerpo se estremeció con tal fuerza que no pudo mantener el equilibrio. Cayó al suelo y, ayudándose con una mano para sostener el tronco en alto, cerró los ojos mientras sus pulmones se expandían para recibir el aire de un suspiro interminable. Con la otra mano restregó su sexo en un vano intento de saciarse. ¡Puta de mierda!, dijo en voz alta, sin dejar de apretarse la entrepierna con desesperación.
            Rosaura había salido de casa de su hermana decidida a mandar al diablo a Joel. Ya encontraría alguna excusa para justificar su falta, pero en ese momento no podía ni quería frenar el deseo que la llevaba al estudio de Aksel. No hacía mucho Rosalinda había dicho que estaba enfrente de Suburbia, junto al restaurante de comida china. ¿Encontraría ahí al fotógrafo? Y si así fuera qué iba a hacer: ¿le ofrecería su cuerpo virgen? Rosaura sabía que estaba haciendo algo estúpido pero no vio en ello razón suficiente para desistir.

Al abrir la puerta, chocó con una muchachita a quien le calculó unos 17 años.
–Hola –le dijo sin detenerse–, voy saliendo a hacer unos encargos de Aksel, pero ahí está él, pásale.
No era extraño para ella recibir un trato familiar por parte de un desconocido; cualquiera que tenga un hermano gemelo está acostumbrado a ello. Sin embargo, no dejaba de repudiarlo. Odiaba ver a su hermana y encontrar en su cara los mismos desatinos que el espejo le reflejaba a diario. Odiaba llamarse casi igual que ella y, para colmo, que a ambas les dijeran Rosy. Odiaba que sus padres hubieran tenido el mal gusto de vestirlas igual cuando eran niñas, y que aún después de tantos años Rosalinda copiara sus gustos, se comprara las mismas blusas e imitara sus cortes de pelo. Odiaba que siempre estuviera sonriente, que nunca se enojara. Odiaba que hubiera encontrado la felicidad.
Rosaura permaneció inmóvil en el umbral del estudio. Fijó su atención en el mosaico de fotografías que tapizaban las paredes: un atardecer en el desierto, unas piedras de río cubiertas de musgo, varias parejas de novios repitiendo las mismas poses cursis de siempre, una familia enorme vestida de gala... sus ojos saltaban de una imagen a otra cuando se topó con él inesperadamente. Vino del cuarto de atrás sin hacer ruido y ahora estaba parado frente a ella, observándola.
–¿Qué haces aquí? –preguntó con su pronunciación defectuosa–. Entrecerró los ojos, como intentando enfocar, y agregó: ¿Qué te hiciste en el cabello?
Sin ánimos de conversación, Rosaura avanzó hacia el fotógrafo hasta poner el cuerpo a su alcance. Actuaba por instinto. Volteó a ver sus labios y luego regresó a enfrentar su mirada, lo que Aksel supo entender como un llamado al que respondió tomándola del cuello y besando su boca. Rosaura recibía la atención que tanto había necesitado de un hombre por primera vez en la vida. Un remolino de placer, sosegado durante años de vida neutra, nació en su sexo. Parecía a punto de hacerla estallar cuando el extranjero la detuvo de los hombros y se apartó desconcertado. El sabor y el aroma de esa piel le eran extraños. 
–¿Rosaura? –preguntó incrédulo, después de observarla con detenimiento.
Desesperada por satisfacer los reclamos del cuerpo, la hermana gemela arremetió contra Aksel y buscó nuevamente la humedad de sus labios mientras batallaba para sacarle la camisa del pantalón. Descubrir que esa mujer no era su esposa resultó para él demasiado excitante, así que le quitó la playera y el brasier para hundir la cara entre sus senos y luego le acarició los pezones con la lengua.
Su cuerpo se estremeció con tal fuerza que no pudo mantener el equilibrio y cayó al suelo, desde donde, acostada boca arriba, con las piernas abiertas y una mano haciendo presión sobre su sexo, le arrojó una mirada suplicante por que se le subiera encima. Temiendo que alguien entrara, el fotógrafo se inclinó hacia ella para levantarla e ir al cuarto del fondo, un lugar más seguro para concluir lo que habían empezado en donde les llegaron las ganas.
            Los espejos, las pantallas, los reflectores, las cámaras montadas en sus trípodes y demás instrumental de fotografía le daban a ese lugar un carácter especial que intimidó a Rosaura. Nunca había estado desnuda frente a un hombre, y menos rodeada de cámaras que, sintió de pronto, estaban ahí para captar cada uno de los defectos de su físico. ¿Cuántas mujeres han llegado en un estudio como ése, orgullosas de mostrar los encantos de una hermosa figura y unos rasgos finos, que luego pasarán ante los ojos de miles, tal vez millones de personas que contemplarán esa belleza con admiración? Ella, en cambio, se encontró demasiado expuesta ante espejos que multiplicaban su desnudez, lentes que detectaban a detalle sus vergüenzas, y el esposo de su hermana, que la observaba fijamente mientras desabrochaba su pantalón. Sintió que había caído en una trampa. 
     Se disponía a huir cuando descubrió en la pared una serie de cuadros que la pararon en seco. Siete retratos en blanco y negro exhibían la fealdad de su hermana desde diferentes perspectivas: de frente, de perfil, de espaldas; acostada entre sábanas, sentada en un sillón con el torso desnudo…
–Tú y Rosalinda tienen una belleza que pocos ven, pero a mí me encanta –le dijo Aksel mientras se acercaba a ella por la espalda–. ¿Por qué viniste? –preguntó luego besándole los hombros.

     A Rosaura todo le daba vueltas y ni siquiera escuchó la pregunta. Caminó hacia la pared para apoyarse en ella, ignorando a Aksel y tratando de quitarse la imagen de sus calzones desgastados. Si en ese momento hubiera podido recuperar su blusa y salir de ahí habría eludido a Rosalinda, que llegaría minutos después para encontrar a su esposo solo y ya con la camisa puesta, lo que la haría pensar que todo había sido creado por su imaginación en un arrebato de celos. De esta forma, su vida podría continuar como siempre. Sin embargo, Rosaura no se sentía bien y tuvo que buscar un lugar en donde sentarse a esperar que se le pasara el mareo. Su hermana llegó poco después, sin aire, luego de haber corrido varias cuadras tan rápido como pudo, y la encontró vomitando con el pecho desnudo. Aksel no sabía qué decir, ni Rosalinda, de modo que no hicieron más que observar a Rosaura expulsar el desayuno. Cuando terminó de vomitar las miradas de los tres fueron de un lado a otro, confundidas, hasta que la hermana mayor rompió en llanto. Llorando recogió su ropa para vestirse y salió de ahí seguida de Rosalinda, que corrió tras de ella por instinto. Todo sucedió tan rápido que ni siquiera tuvo tiempo de pensar qué haría al alcanzarla, reclamarle por haberse metido con su esposo o decirle que entendía las causas de su frustración y consolarla. Tener una hermana gemela le resultaba demasiado complicado.

sábado, 1 de agosto de 2015

Algo está por suceder con Julieta Venegas

Entrevista publicada en la Revista de Interjet, agosto 2015.

En la espera de que salga a la venta Algo sucede, su séptimo disco de estudio, citamos a esta cantante tijuanense en un café para conversar sobre su carrera, su optimismo, su relación con la música y su nueva producción, que, como siempre, promete ser un gran trancazo.


El año próximo se cumplirán 20 años desde que Julieta salió de su natal Tijuana rumbo a la Ciudad de México. Quería empezar una carrera como solista, luego de haber sido la voz principal de Tijuana No!, un grupo que fusionó el rock, el punk y el ska en la década de los noventa, y cuyo mayor éxito fue “Pobre de ti”, una canción compuesta por la propia Julieta y el baterista Alejandro Zúñiga. Aun con ese antecedente y con el hecho de que la compositora y cantante contaba con el nada despreciable apoyo de Café Tacuba, era imposible saber qué tan lejos llevaría sus aspiraciones. Hoy por hoy, tras haber puesto a circular seis discos de estudio (el séptimo verá la luz unas semanas después del cierre de esta edición), uno de recopilación y otro más en vivo, se estima que la tijuanense ha logrado vender más de diez millones de copias en todo el mundo, además de haber ganado un Premio Grammy y cinco Grammy Latinos hasta el momento.

Mi encuentro con ella
La veo en un café situado al sur de la Ciudad de México, una zona que le gusta y conoce bien porque es en la que vive. Desde que nos presentan y damos cauce al protocolo correspondiente, advierto los rasgos agradables de su personalidad. Son rasgos que recuerdo haberle conocido hace tiempo, seguramente en alguna entrevista que llegué a ver por televisión: Julieta tiene esa sencillez y naturalidad que por lo general uno solo encuentra en personas que no son figuras públicas, y a quienes conoce desde hace tiempo; en este sentido, es excepcional.

¿Qué ha cambiado en ti desde que empezaste a hacer música hasta hoy, que estás por cumplir 45 años de edad y 20 de carrera como solista?
El cambio principal creo que tiene que ver con que antes, cuando escribía canciones con mi banda, eran todas combativas. Ya cuando empecé a hacer canciones para mí sola, en el piano, fue distinto. Todavía me acuerdo de la primera canción que compuse… (risas) ¡era súper cursi! Se llamaba “Esta imaginación”… te podrás imaginar de qué trataba.

¿Hace cuánto fue? ¿Recuerdas cuántos años tenías?
15 o 16 años, pero para mí fue muy importante. Aunque ahora me parezca muy cursi también me doy cuenta de que era muy importante para mí empezar a expresar ese tipo de cosas. De cuando tenía 17 años hay una canción que sigo tocando porque todavía me gusta: se llama “Esta vez”. Me recuerda aquella época.

¿Eres muy nostálgica?
No, nada, pero de repente regresar a ese momento, repasarlo, es padre. Darte cuenta de cómo han pasado las cosas y descubrirte en un lugar que nunca te habías imaginado... pero no, no soy nada nostálgica. De hecho, creo que esas crisis que dan por otras épocas tienen que ver con sentir que no estás aprovechando el tiempo, y a mí no me pasa eso, afortunadamente.

¿Eso significa que estás muy activa?
Muy activa y con muchos planes, que me parece muy importante. Tengo ganas de hacer muchas otras cosas relacionadas con la música, aunque no necesariamente canciones que salga a tocar. El año pasado, por ejemplo, hice la música para una obra de teatro, música instrumental; algo que hace mucho no hacía, y me encantó volver a hacerlo. También tengo ganas de hacer un musical, de producir a otra gente… hay muchas cosas, el problema es que siempre termino haciendo otro disco y saliendo de gira, pero la inquietud se mantiene, y eso me parece muy importante.

¿Por qué haces música?
Hago música porque tengo la necesidad de expresarme y mucha curiosidad por ver qué pasa si junto una cosa con otra. En el estudio me la paso combinando cosas y viendo qué surge… cuando me siento a componer frente al piano sigo teniendo la misma sensación de incertidumbre sobre lo que va a pasar, y me gusta. No sé qué me sucedería si perdiera la capacidad de escribir; seguramente tendría un tipo de crisis porque para mí escribir tiene que ver con aligerar las cosas, entender la vida, las cosas que pasan o que no pasan.

¿Qué disfrutas más: el proceso creativo o las giras?
Ahora que tengo a mi hija me gusta más el proceso creativo porque puedo estar en mi casa. La gira, aunque tiene un lado súper bonito que me encanta, siempre lloro antes de irme porque me cuesta mucho separarme de ella. Es muy difícil esa parte, y creo que cualquier mamá que tenga que trabajar lo siente, y aunque yo trabajo en algo que disfruto mucho, y soy muy privilegiada, igual sigue siendo muy duro; hay algo que te jala a estar todo el día con tu hija: llevarla a la escuela, a sus clases… Ella a veces me dice: “No te vayas, no quiero que trabajes”, y a mí me encantaría pero le digo: “Alguien en esta casa tiene que trabajar, tú eres menor de edad y pues… me toca a mí”.

Hablando de tu más reciente disco, ¿qué crees tú qué está sucediendo?
No sé… ¡pero ese es el chiste! Saber que siempre puede pasar algo, que siempre puede venir algo que te sorprenda o que te ayude a aprender algo nuevo; siempre hay una lección que puede venir en camino, y eso yo lo veo como algo positivo: hay que estar siempre a la expectativa, despierto, para poder tomar las cosas que nos toque tomar.

Leí por ahí que calificas tu nuevo disco como “luminoso”, ¿qué quieres decir con eso?
Lo que pasa es que, para mí, Los momentos, que es mi disco anterior, es algo oscuro, porque tiene poca presencia de instrumentos acústicos, y para mí los instrumentos acústicos representan algo muy colorido. Pero la verdad es que me cuesta mucho definir mis discos con una sola emoción porque ya no creo en el blanco y negro: en que está triste o está alegre. Este disco tiene alegría, tiene encuentros, pero también tiene tristeza profunda, tiene cuestionamientos… tiene de todo.

¿Es como una buena novela, que tiene personajes complejos?
¡Ojalá! (risas) Sí… exacto: cuando escribo intento abrir la paleta cada vez más en cuanto a las emociones que pueda expresar, es una búsqueda constante. Hay gente que me ha preguntado si este disco es más personal… en realidad todos han sido muy personales, pero creo que éste tiene más colores.

¿Y qué nos puedes decir sobre la producción? Algo sucede es tu primer disco independiente…
Sí, aunque es independiente entre comillas porque lo estoy distribuyendo con mi disquera de siempre, que es Sony. Pero bueno… es un disco con mucha instrumentación acústica, como te decía. Trabajé en dos canciones con Jaques Morelenbaum, un gran arreglista de cuerdas con quien trabajé en el unplugged. Además lo produje en Buenos Aires y en la Ciudad de México, y para mí tiene lo mejor de los dos mundos: por un lado está Cachorro López, y por otro Yamil Rezc, con quienes ya había trabajado en diferentes ocasiones. Con Yamil grabé en mi estudio, con mis músicos, y luego me fui a Argentina con Cachorro. Con él estructuré canciones, grabé todas las voces y luego nos fuimos a hacer la mezcla con Héctor Castillo en Nueva York… o sea que se formó un equipo en el que se juntaron varias cosas que me gustan de la personalidad de cada uno de los productores con los que había trabajado.

En cuanto a las letras, me llama la atención tu segundo sencillo, “Explosión”, que habla sobre los desaparecido en México. Como figura pública, ¿te sientes comprometida a ser portavoz de estos temas?
No, no es que me sienta comprometida. Efectivamente, en este disco se colaron un par de canciones sobre México, pero no las escribí respondiendo a un compromiso, sino porque me tocan directamente y siento una gran necesidad de expresar mi impotencia, mi frustración y mi tristeza en una canción. Y no es que piense que esas canciones vayan a cambiar las cosas pero al menos puede poner a dos personas a hablar sobre un tema que me parece importante no ignorar.

No sé si me equivoque, pero algunas de las cosas que has dicho en esta conversación me hacen pensar que eres una persona optimista. ¿Eres optimista en cuanto a la realidad del país?
Sí, en general soy optimista, pero francamente es muy difícil ser optimista con la realidad nacional. Creo que estamos en un momento muy complicado como país. No sé si en algún momento había estado todo tan feo: la corrupción, la desigualdad social tan grande… y me parece muy importante tomar conciencia de que somos nosotros quienes construimos este país, nadie lo hizo por nosotros, nosotros hemos elegido esto que tenemos y es necesario que todos participemos en una reconstrucción. El problema es que nadie sabemos por dónde empezar ni qué nos toca hacer.

Isabel, la más leída

Entrevista publicada en la Revista de Interjet, agosto 2015.

Con un total de ventas que supera los 65 millones de ejemplares, la escritora hispana más leída del mundo nos presenta ahora El amante japonés, su más reciente novela y un inmejorable pretexto para traer a estas páginas la conversación que tuvo con ella uno de nuestros colaboradores. 



Imposibilitada para regresar a Chile por razones políticas, Isabel Allende empezó a escribirle una carta de despedida a su abuelo moribundo, el 8 de enero de 1981. Tenía 39 años y, junto a su esposo e hijos, se encontraba viviendo desde 1975 en Caracas, Venezuela, donde la familia había encontrado mayor seguridad después de que estallara el golpe de Estado contra su tío Salvador Allende. Aquella carta, o mejor dicho, lo que terminó siendo con el paso del tiempo, funcionó como catapulta para quien, hasta entonces, solo había dado unos cuantos pasos tímidos en el camino a convertirse en una de las escritoras más leídas del mundo. Con esas palabras de despedida dirigidas a su abuelo (afortunadamente la carta lo encontró aún con vida), Isabel Allende empezó a escribir lo que sería, no solo su primera novela, sino la de mayor éxito hasta el momento: La casa de los espíritus.

Cuatro décadas de literatura
Isabel Allende es considerada la escritora viva de lengua española más leída del mundo. Ha sido traducida a más de 30 idiomas y se estima que ha vendido un total de 65 millones de ejemplares. De nacionalidad chilena (aunque nació en Lima, Perú, en agosto de 1942), adquirió además la ciudadanía estadounidense en 2003, mientras estaba casada con el norteamericano Willie Gordon, de quien se separó hace apenas unos meses.
A sus 73 años de edad, y con más de cuatro décadas ejerciendo el oficio literario, Allende da sobradas muestras de que su capacidad creadora se mantiene a tope. Prueba de ello son las novelas El juego de Ripper, publicada el año pasado, y El amante japonés, que apenas empezó a circular en librerías en junio de este año, dándonos un inmejorable pretexto para traerla a estas páginas. Esta es la entrevista que nos concedió en exclusiva:

¿Cómo es la vida de la escritora de lengua española más leída del mundo?
Muy esquizofrénica. Hay una parte que es muy privada, silenciosa, solitaria… me refiero obviamente a la parte de la escritura, que siempre es un placer. El trabajo empieza con la promoción, y esa es la otra parte de mi vida, que es pública, donde están las redes sociales, las entrevistas, los viajes, la promoción de libros… esa es la parte difícil.

¿Por qué difícil? ¿No le es satisfactorio salir para dar a conocer el resultado de su trabajo?
La literatura no es trabajo. Yo amo el proceso de escribir: investigar, sentarme con mis personajes a crear una historia, ¡eso me encanta! Lo que sí es trabajo es hacer promoción y me resulta difícil porque no soy una persona muy sociable. Antes no era así: uno escribía y los editores se encargaban de vender el libro, pero ahora, que la competencia es más grande, los editores dicen que los escritores debemos participar en esta dinámica, así que ni hablar.

En los últimos 15 años usted ha publicado 10 novelas, dos obras autobiográficas y un relato. ¿Cómo hace para mantener esa fecundidad?
Lo que pasa es que tengo buen oído para las historias. El amante japonés, por ejemplo, nació a partir de una conversación que tuve con una amiga mientras caminábamos por la calle en Nueva York. Ella me contó que su mamá, una mujer con más de 80 años, había tenido un amigo… no me dijo amante, sino un amigo japonés, que era jardinero, durante más de 40 años. Fue todo lo que me dijo pero fue más que suficiente para que yo imaginara toda la historia que cuento en el libro, tocando varios de los temas por los que siento interés en este momento de mi vida: el amor romántico, la amistad, la familia, el pasado, la memoria y la vejez.

¿Se podría decir que posee una especie de radar?
Así es, y el radar está intacto, y una vez que tengo la semilla de algo la imaginación vuela… porque la imaginación no se termina con la edad; otras cosas sí, pero no la imaginación.

Además escribir usted desempeña una importante labor altruista a través de la Fundación Isabel Allende. ¿Le interesa, además, transmitir un mensaje social a través de sus libros?
No… lo que busco con mis libros es emocionar a mis lectores, ganármelos; no pretendo darles un mensaje, quiero que compartan conmigo una experiencia, una historia, una emoción pero no busco hacer cambios sociales con mis historias. Cuento cosas que me importan y en las cuales creo, pero el trabajo de servicio lo hago únicamente a través de la fundación, porque creo que apenas una se pone a predicar en una novela, se fregó la novela. ¿Quién es uno para estarle predicando nada al lector? El lector va a leer entre líneas lo que quiera encontrar.

¿Qué importancia tiene para usted la crítica?
Muy poca. La crítica puede ser muy favorable o muy desfavorable y como autora no puedo estar pendiente de lo que diga alguien sobre lo que escriba y que eso me influencie, me moleste o me halague. Yo tengo que seguir con mi trabajo sin pensar en eso.
Seguiré escribiendo, porque este es mi oficio. La gente suele preguntarme hasta cuándo voy a escribir y yo siempre les respondo que lo seguiré haciendo mientras me dé el cerebro. ¿Qué otra cosa voy a hacer? Además, ahora los 70 años no son lo que eran antes. Hace algunas décadas muy poca gente alcanzaba esta edad, y si lo hacían llegaban como unos ancianos decrépitos. Yo no me siento anciana para nada, sigo teniendo la misma energía y la misma actividad que hace 20 años; claro, tengo mucho más arrugas, pero la energía y la imaginación son las mismas, y la capacidad de escribir es todavía mayor porque tengo más experiencia y menos miedo de la palabra escrita. 


Es sabido que usted ha empezado cada uno de sus libros el día 8 de enero. ¿A qué se debe esta tradición?
Inicié mi primera novela, La casa de los espíritus, el 8 de enero de 1981, y fue un libro muy afortunado, que alcanzó un éxito que nadie se esperaba. Entonces, un poco por superstición, pensé: “Bueno, ya que le fue tan bien a mi primer libro, voy a empezar el segundo también un 8 de enero”. Luego ocurrió lo mismo con el tercero, hasta que se convirtió en un hábito que no me atrevo a cambiar. Pero también hay un factor de disciplina, porque mi vida se ha complicado mucho, y si no separara los primeros meses del año para encerrarme a escribir, no lo haría. Gracias a esa superstición todo mundo sabe que a partir del 8 de enero voy a estar encerrada escribiendo y que no sacan nada con llamarme porque no voy a responder: no hago entrevistas, no hago viajes, no hago nada. 

¿Cuánto tiempo dedica diariamente a escribir?
Lo menos que paso frente a la computadora son seis horas, a veces 10, depende de la etapa en la que esté. Hacia el final, cuando la historia se precipita, hay que estar ahí hasta que los dedos nos ardan; al principio, como es muy trabajoso, lo más que aguanto son seis horas.

Regresando a su más reciente novela… dos de los temas centrales en El amante japonés son la vejez y la eutanasia. ¿Cómo surgió este interés?
Mi idea sobre la vejez está en gran parte determinada por mis padres, que tienen 95 y 99 años, respectivamente. Ellos están todo lo sano que se puede estar a esa edad, y cuentan con recursos para tener a tres personas atendiéndolos día y noche; están bien y quieren seguir viviendo. Pero si pensamos en una persona con un tumor cerebral, que sabe que va a morir de una manera espantosa, y decide que quiere irse antes de que se le vaya el cerebro, debería tener el derecho a hacerlo. Quienes están llegando a mi edad empiezan a tener este tema en consideración. La medicina moderna tiene como fin mantener a la gente viva el mayor tiempo posible, sin importar en qué condiciones, enchufado a una máquina… eso no es vida. Si una persona tiene el deseo de morir debería tener como la opción de una muerte asistida; así la gente no tendría que cometer suicidios de manera horrorosa, como suele suceder.

¿Qué sigue para Isabel Allende?
Seguiré escribiendo, porque este es mi oficio. La gente suele preguntarme hasta cuándo voy a escribir y yo siempre les respondo que lo seguiré haciendo mientras me dé el cerebro. ¿Qué otra cosa voy a hacer? Además, ahora los 70 años no son lo que eran antes. Hace algunas décadas muy poca gente alcanzaba esta edad, y si lo hacían llegaban como unos ancianos decrépitos. Yo no me siento anciana para nada, sigo teniendo la misma energía y la misma actividad que hace 20 años; claro, tengo mucho más arrugas, pero la energía y la imaginación son las mismas, y la capacidad de escribir es todavía mayor porque tengo más experiencia y menos miedo de la palabra escrita. 

sábado, 11 de julio de 2015

Soluciones imaginarias para llevar

Artículo publicado en la Revista de Interjet, julio 2015.

Triciclo Rojo es la única compañía en México que se atreve a fusionar el clown con artes plásticas, animación y danza contemporánea. Como resultado, el público tiene acceso a mundos fantásticos que lo llevan a descubrir el gran poder de la imaginación.



Leyendo Rayuela, de Julio Cortázar, Emiliano se topó un día con la palabra “patafísica”. Al principio pensó que era una ocurrencia del escritor argentino, como tantas otras; sin embargo, hubo algo en el vocablo y en los conceptos con los que se relacionaba, que lo llevó a investigar un poco más al respecto. Fue así como llegó hasta Alfred Jarry, autor de la novela Gestas y opiniones del doctor Faustroll, patafísico, y creador de esta ciencia paródica enfocada al estudio de las soluciones imaginarias y las leyes que regulan las excepciones. Emiliano se sintió fascinado con ese universo que acababa de descubrir, pues sentía que su propia vida, al igual que la de Triciclo Rojo, era resultado de una serie de acontecimientos excepcionales en cadena. Pilar Campo, productora de la compañía, entra en detalles: “Aunque no teníamos dinero, y todos nos decían: ‘Es que es muy difícil… es que lo que tú haces no va a encontrar espacio… es que… es que…’. A pesar de todos esos ‘es que’, hemos ido logrando poco a poco lo que nos propusimos hace casi diez años; por eso decimos que vivimos en el terreno de las excepciones, donde las cosas ocurren contra los pronósticos. Triciclo Rojo nació gracias a una serie de pequeños milagros; se construyó desde la patafísica”.

¿Cómo nació Triciclo Rojo?
Emiliano Cárdenas estudió Danza Clásica en la Escuela Nacional de Danza Clásica y Contemporánea, y la carrera de Intérprete de Danza de Concierto en la Academia de la Danza Mexicana. Por otro lado, aprendió técnicas de clown durante una estancia en Copenhague, Dinamarca, al lado del emblemático Alfredo Rastelli, quien se dedicó a ser payaso durante más de 70 años sin interrupciones.
Para el 2004, Emiliano había hecho varias giras importantes como bailarín en diferentes partes del mundo, con presentaciones en teatros llenos, formando parte de distintas compañías, algunas de ellas bastante prestigiosas. Paralelamente, había llevado la magia del clown a las calles de Oaxaca y Chiapas. Sin embargo, esta especie de doble identidad le generaba una inquietud que no lo dejaba sentirse del todo satisfecho. “Por un lado, sentía lo poético del clown, su potencia, el poder evocativo de sus imágenes y todas las referencias sobre la fragilidad humana –explica él mismo–. Por otro lado, podía sentir todo lo que representa el bailarín: la precisión, la fortaleza, la perfección… pero me parecía que muchas veces con la danza no alcanzaba ese punto tan íntimo y tan emocional que alcanzaba con el clown. Entonces se me ocurrió crear un concepto en el que pudiera hacer ambas cosas a la vez, y así se sembró la semilla para que en mayo de 2006 naciera Triciclo Rojo”.
Para Pilar Campo, esa primera semilla para que Emiliano empezara a consolidar su propuesta y diera pie al consecuente nacimiento de Triciclo Rojo, fue Vola en silente mundo, un monólogo que él mismo escribió y montó con Natalia Cárdenas como directora de arte. “Cuando me dijeron que Emiliano estaba haciendo una obra en la que actuaba al mismo tiempo como bailarín de danza contemporánea y clown, dije: ‘¡¿Qué es eso?! ¡Yo lo tengo que ver!’. No me lo imaginaba, sobre todo porque, de alguna manera, me parecían personajes contradictorios. Cuando vi la obra me enfrenté con un universo totalmente inesperado, algo que no había visto antes y me conquistó completamente. Fue cuando dije: ‘Yo tengo que hacer algo con ellos’”.
Una vez que terminó la gira de Vola en silente mundo, Emiliano y Natalia emprendieron un viaje de varios meses a la India que resultaría determinante para lo que estaba por venir. El plan surgió a partir de una beca del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA) que ganó Emiliano, cuyo objetivo era enviar al artista con el fin de que creara allá un nuevo guión. “Acababa de salir de la universidad, así que era un momento en el que necesitaba encontrar en el mundo un eco de esa curiosidad que lleva a la creación –comenta Emiliano–. Y fue ahí, en la India, donde terminé de conectar con la idea de hacer arte para niños, y escribí Historias en V planivuelo, que fue un parteaguas para mí. Al terminarla, me acuerdo que pensé: ‘Esto tiene que ir más lejos… no se puede quedar solo como un guión ni como un montaje; esto debe ser el inicio de algo más grande’. Para entonces ya tenía en mente formar mi propia compañía”.

El despegue
Mientras reviven los capítulos más importantes en la historia de Triciclo Rojo, Emiliano y Pilar coinciden al señalar el 2008 como un año determinante. Aunque tenían apenas dos años como compañía, lograron llevar Historias en V planivuelo nada más y nada menos que al Palacio de Bellas Artes; y no solo eso, además consiguieron un lleno total en las dos funciones, lo que para ellos significó un paso gigantesco, tanto en sus carreras individuales como en la trayectoria de la compañía. “Hasta la fecha sigue siendo el máximo recinto teatral en el país, y aunque todo mundo quiere presentarse ahí, son muy pocos los mexicanos que lo han logrado a la edad que nosotros teníamos en ese momento (entre 26 y 28 años), y además con una obra propia”.
            Sin embargo, el éxito obtenido en ese par de presentaciones trajo consigo una sensación agridulce para Natalia, Emiliano y Pilar: por un lado, sentían que su trabajo por fin estaba recibiendo el nivel de reconocimiento anhelado, y eso los llenaba de felicidad; por otro, les preocupaba no contar con un soporte económico lo suficientemente sólido para seguir produciendo aquello para lo que se sentían llamados. “Fue un momento decisivo para nosotros porque nos dimos cuenta de que, aunque estuviéramos en el teatro más importante de México, necesitábamos un soporte financiero que no teníamos hasta entonces –apunta Emiliano–. Eso nos hizo pensar en la necesidad de documentarnos, ir a cursos de fondeo, estructurar una oficina… en pocas palabras, habernos presentado en Bellas Artes nos hizo entender que necesitábamos profesionalizarnos cuanto antes”.

Creando soluciones imaginarias
Más de un maestro (incluyendo varios de gran prestigio) llegó a decirle a Emiliano que no veía en él habilidades para ser clown. La principal razón de ello era que se negaba a hacer piruetas y malabares. “No es que no me gustaran los trucos: sí los hacía, los practicaba… en mi primer viaje a Europa, incluso, me traje un monociclo que se llama Napoleón y todavía conservo; pero para mí andar en una sola rueda representa más un símbolo que un truco: para mí significa materializar un sueño. En general, lo que hace Triciclo Rojo tiene más que ver con el mundo de las ideas que con el de los trucos, y esto nos ha distanciado mucho del circo y del clown convencional. Nosotros pensamos más en las emociones y los pensamientos que pueden provocar lo que presentamos, sobre todo en los niños, que son unos receptores increíbles”.
            ¿Y cuáles son esas ideas y emociones que a Triciclo Rojo le interesa transmitir a su público infantil? “Nos enfocamos mucho en transmitir a los niños que sus ideas sí valen, y valen tanto como las de los inventores más grandes de la historia, ya que ahí está la esencia de lo que de adultos van a construir. Mientras que en el mundo de los adultos se tiende a descalificar a los niños: los callan, los ignoran, los corrigen, en Triciclo Rojo intentamos crear espacios fantásticos, en donde la imaginación esté presente en todo momento, y gracias a la cual puedan encontrar una solución a sus problemas”.
            Y es así como nos encontramos con las soluciones imaginarias a las que hace alusión la patafísica. Sí, la vida es dura, pero en vez de elegir el sufrimiento podemos elegir darle la vuelta en busca de una solución imaginaria. Las cosas simples que tenemos a nuestro alrededor, a nuestro alcance, pueden ser suficientes para construir un mundo de posibilidades usando la imaginación y la creatividad, pues, como dice el lema de Triciclo Rojo: “Cuando imaginas todo es posible”. 

lunes, 27 de abril de 2015

Cassandra Ciangherotti: refugiada en sus personajes

Perfil publicado en La espirituosa, febrero 2015.

No muy dada al ardid publicitario ni a las estrategias de autopromoción, Cassandra es una actriz discreta, concentrada en su desarrollo actoral más que en las relaciones con los medios. Esta vez, sin embargo, pudimos platicar con la protagonista de Las horas contigo (premio FIPRESCI 2014) a unos días de su estreno en cartelera comercial.


Foto: Jorge Zubillaga


Cassandra era una niña de ocho o nueve años cuando sintió por primera vez la tentación de pisar un escenario. Según recuerda, ocurrió mientras veía a su padre interpretando a Tomás en ¿Por qué no te quedas a desayunar?, comedia de Ray Cooney y Gene Stone que se estrenó en México unos años antes de que el calendario señalara que habíamos llegado al siglo XXI. “Sentí el impulso de entrar a media escena solo para ver qué provocaba mi presencia en el escenario”, me cuenta en un café de la colonia Condesa. Hoy, a sus 28 años, Cassandra Ciangherotti presume ya una trayectoria importante como actriz, y algo tuvo que ver en ello la manera en que reaccionó aquella noche Fernando Luján, cuando su hija le confesó lo que estuvo a punto de hacer horas antes, en el teatro. ¿Y por qué no lo hiciste?’, me contestó con la mayor naturalidad. En ese momento algo pasó en mí. Entendí que si tenía ganas de entrar al escenario simplemente debía hacerlo. Fue como si me hubiera dicho: ‘Claro que puedes, ¡adelante!’; es algo que recuerdo con mucho cariño”.

El cromosoma de la actuación
Parte de una familia en la que abundan actores y actrices –incluyendo a la dinastía de los hermanos Soler–, Cassandra parece simplemente haber dado cauce a lo que su naturaleza le estaba pidiendo a gritos, pues desde niña se sintió maravillada por las historias que oía de su padre sobre el teatro que se hacía en México décadas atrás. “Siempre me pareció un mundo fascinante… los actores de antes estaban preparados para el esgrima, hacían sus propias pelucas; al lugar al que iban llegaban con una maleta donde tenían disfraces para cuatro personajes distintos que sabían hacer perfectamente. Mi papá se sabía libros enteros de poesía, bailaba el bolero de Ravel… ¡era una época padrísima!”. Tan fuertes fueron los genes actorales en la familia de Fernando Luján, que además de sus padres, su hermano y dos sobrinos, seis de sus diez hijos (Fernando, Canek, Vanessa, Valeria, Cassandra y Paolo) han seguido estos mismos pasos. 
            En el caso de Cassandra la influencia no llegó solo por el lado paterno. De su madre, la también actriz Adriana Parra, dice haber heredado una gran pasión por hacer las cosas: “Mi mamá es una mujer súper pasional, que llora hasta con los comerciales de Coca Cola. Si le gusta una película te la cuenta actuando la escena dramáticamente”. Así, con tales antecedentes, era casi una obviedad que, terminando la preparatoria, quisiera estudiar actuación.

Detrás de sus personajes
Cassandra cuenta que una vez, estando en una comida en la que se encontraba Vicente Leñero, el escritor empezó a hablar sobre una película que había visto recientemente y le había dejado una muy buena impresión. La parte curiosa de la anécdota es que una buena parte del elogio se llevó a cabo sin que Leñero se percatara de que, sentada junto a él, estaba una de las protagonistas de la cinta a la que se refería. Se trataba de Viaje redondo, dirigida por Gerardo Tort y coprotagonizada por Teresa Ruiz y Cassandra Ciangherotti, quienes, en noviembre de 2009, fueron reconocidas en la categoría de Mejor interpretación en el Festival Internacional de Cine de Amiens por su trabajo en dicho film. “A mí me pasa mucho que la gente no me reconoce, y eso de alguna manera me da gusto, porque soy una actriz a la que le gusta refugiarse detrás de sus personajes”.
             No muy dada al ardid publicitario ni a las estrategias de autopromoción, Cassandra es más bien una actriz discreta, concentrada más en su desarrollo que en las relaciones con los medios, y convencida de que es su trabajo quien debe hablar por ella. Por eso nunca ha tenido representante ni se ha empeñado en hacer televisión, que es la mejor manera de darse a conocer ante el público. En cambio, ha optado por participar prioritariamente en proyectos de teatro (Inmigrantes con habilidades extraordinarias, El efecto de los rayos gamma, La piel en llamas, El demonio y el idiota y Los ingrávidos están entre los más importantes) y de cine, algunos de bajo presupuesto, un tanto arriesgados, pero que han significado para ella retos más interesantes y satisfactorios. En 2009, por ejemplo, poco después de haber hecho Viaje redondo, volvió a tener una importante proyección internacional al trabajar junto a Gael García en También la lluvia, una producción española dirigida por Iciar Bollain y escrita por Paul Laverty, quien ha hecho nueve guiones para Ken Loach, entre los que destaca El viento que agita la cebada, que ganó la Palma de Oro en Cannes en 2006. Otro ejemplo de lo anterior es Los parecidos, una producción mexicana con tintes gore y surrealistas que recién terminó de filmar.

Las horas contigo
Desde 1995, cuando se estrenó Dos crímenes, Roberto Sneider solo ha vuelto a dirigir dos películas: Arráncame la vida (2008) y Ciudades desiertas, que actualmente está en posproducción y todo indica que pronto veremos en cartelera. En las tres, el cineasta fungió, no solo como director, sino como guionista y productor. Pero ¿por qué nos referimos a él? Porque, no solo es culpable de que Cassandra haya hecho el papel de Martha en su cinta más reciente, sino de que Catalina Aguilar Mastretta la considerara –y finalmente la eligiera– para protagonizar su ópera prima, Las horas contigo, en la que él mismo figura como productor.
A poco tiempo de su estreno en cartelera comercial (15 de enero), Las horas contigo parece reunir los elementos para dar un buen golpe en taquilla. En primer término, pensemos en el historial de Sneider, donde figuran por lo menos dos logros rotundos como productor: Frida, que recaudó 56 millones de dólares, y Arráncame la vida, que con casi 100 millones de pesos figura entre las quince películas mexicanas más taquilleras de todos los tiempos. Más allá de eso está el notable trabajo de Catalina, hija de los escritores Héctor Aguilar Camín y Ángeles Mastretta. Tanto en su papel de directora como en el de guionista, la apenas treintañera logra contar su historia como pocas veces hemos visto en producciones nacionales recientes, apoyándose en personajes muy bien delineados, capaces de llevar diálogos inteligentes y que transitan por una trama sencilla pero construida finamente y con una gran eficacia. Por último, hay que destacar el trabajo actoral de las cinco mujeres que están presentes durante la mayor parte del film. La química que se genera entre Isela Vega, María Rojo, Cassandra Ciangherotti, Arcelia Ramírez y Evangelina Martínez resulta fundamental para que esta historia tan femenina –mas no feminista, y ese es uno de sus logros– se vuelva verdaderamente entrañable para el espectador.