Cuento inédito, incluido en el libro Cinco historias cortas sobre mujeres feas
El timbre del teléfono irrumpió como un mal presagio, a
esas horas en que las llamadas suelen traer malas noticias.
–Bueno.
–¿Cómo amaneciste?
–Pues…
amanecí.
Rosaura
acababa de descubrir que le habían cortado el gas y estaba de mal humor. Su
hermana lo supo unos minutos después, cuando despertó, y decidió llamarle
intentando ayudarla.
–¿No te
quieres venir a bañar?
Odiaba recibir favores de Rosalinda,
pero la opción de bañarse con agua fría en invierno le parecía terrible. Vio el
reloj y comprobó que si no se daba prisa llegaría tarde a trabajar.
–Aksel no está en casa, si eso te hace
sentir más cómoda –agregó la hermana menor.
Si los papeles estuvieran invertidos,
Rosalinda hubiera tenido que soportar el agua helada o irse al trabajo sin
bañar. Desde niñas, ella ha sido la considerada, la
amigable, la alegre, la simpática… en cuanto a personalidad son completamente
opuestas; físicamente, en cambio, las distinguen apenas algunos detalles imperceptibles: ambas son prácticamente igual de feas.
Rosaura
sacó una maleta del clóset y echó en desorden un pantalón de mezclilla, los
zapatos blancos sin tacón, un brasier, el cepillo de dientes y otro para el
pelo, la playera del uniforme, un desodorante, un brillo para los labios y un
calzón sumamente desgastado. ¿Pero qué importaba eso si
nunca nadie le veía los calzones?
Iban a ser las nueve cuando salió de
su casa y pegó la carrera rumbo a la parada del camión. El frío seco le picoteó
los huesos y le reclamó nuevamente el descuido de no haber pagado el gas. Ahora
tendría que usar la hora de comida en ir a saldar la deuda y rogar por que le reinstalaran el servicio lo antes
posible.
Las calles rebosaban parafernalia navideña: foquitos de colores enredados en los árboles y pegados a
las ventanas, coronas con follaje de plástico adornadas con moños y cascabeles,
santacloses de todas las formas y tamaños imaginables, trineos, monos de nieve…
Basura de temporada, pensó Rosaura... sólo una
estúpida forma de tirar el dinero. Estaba por tocar la puerta cuando
tuvo un impulso de irse. Podría evitarse el disgusto de ver a
Rosalinda si se iba de una vez a la estética, donde al menos se podría lavar el
cabello… Luego pensó que Joel, su jefe, seguro la castigaría por
presentarse a trabajar en esas fachas,
así que presionó el timbre.
Desde afuera escuchó la melodía de Noche de Paz anunciando su llegada,
seguida de los pasos que se acercaban para abrir la puerta.
–Qué rápido llegaste.
La gemela ostentaba una amplia sonrisa
que parecía una incoherencia en ese rostro negado por completo a la armonía:
orejas parabólicas, nariz puntiaguda, pómulos escurridos y una pelusa negra,
casi barba, invadiendo una buena parte de la cara. Rosaura prefirió llevar la
mirada hacia otro punto y eludir esa versión alegre de sí misma que tanto la
irritaba.
–De milagro, hoy el camión no se tardó siglos –respondió con la vista puesta en un árbol de navidad cargado de
esferas y muñequitos.
–Te puse una toalla en el baño,
¿necesitas algo más?
Previendo que sus hijas nunca llegarían a ser el tipo de
mujeres que se abren camino por la vida con su linda cara, la madre consideró necesario hacer un sacrificio e inscribirlas en un colegio
caro para que tuvieran roce social y recibieran una buena educación. Fue aquel
primer día de clases, cuando su mamá se esmeró con el peinado de colitas a
los lados y les puso sus vestidos rojos y zapatos brillantes, cuando la
personalidad de las gemelas tomó diferentes direcciones. Era la hora del recreo
y Rosaura iba entrando al baño cuando un escalofrío le sacudió el cuerpo y la
dejó con una sensación de angustia metida en el estómago. Lo mismo estaba sintiendo su
hermana al enfrentar las burlas de tres chamacos de segundo a quienes les daba
mucha risa que la niña tuviera cara de duende. Quiso correr hacia la
cafetería para defenderla. Era la mayor, aunque fuera sólo por unos minutos.
Además era más fuerte y no se asustaba tan fácil. Debía ir a ayudarla. Pero algo la hizo cambiar de opinión: esos niños no estaban diciendo
mentiras, su hermana en verdad parecía duende. Se sentó en la taza y dejó a esa
idea rondar por su cabeza unos minutos. Se dio cuenta de que también a
ella le hubiera gustado burlarse de Rosalinda por tener una cara tan fea, pero
eso era absurdo, y caer en cuenta de ello provocó que empezara a odiar a su
hermana.
Tenía poco más de media hora para llegar a la estética y
todavía no se bañaba, así que dejó a Rosalinda hablando sola y se metió hasta
el baño de un jalón. Antes pasó por la recámara, en donde la recibió un
fuerte olor a sexo que se desprendía de las sábanas revueltas, lo que encendió
su imaginación de golpe. Rosaura vio la escena que, detalles más o menos, se
había llevado a cabo poco antes en ese lugar: su hermana gemela apoyada en
cuatro puntos gozaba a gritos con los embates de su esposo que la penetraba por
detrás. Una llama de calor nació en su vientre. Luego, como la flama que corre
siguiendo una veta de gasolina, le invadió el cuerpo en un instante. Aksel no
era un adonis, pero en ese momento lo deseó como nunca había deseado a un
hombre en su vida. ¡Le hubiera encantado ser ella quien unas horas antes
alzaba el culo para ponerlo a su disposición!
Abrió la llave de la regadera y,
mientras se quitaba la ropa, recordó algo que su
hermana le había dicho por teléfono: “Aksel no está en casa, si eso te hace
sentir más cómoda”. ¿Se trataba realmente de su comodidad o Rosalinda pensaba
más bien en poder estar tranquila ella misma? No había pasado ni un año desde
el día que fue a la estética nada más para presumirle que un fotógrafo noruego
la había invitado a salir. Lo había conocido un día antes, en la calle,
mientras caminaba rumbo a casa después del trabajo. Según dijo, el tipo se
acercó para preguntarle si le podía sacar una fotografía. Qué imbécil, pensó
Rosaura, segura de que sólo se querían burlar de ella.
Pero no era así. Por alguna razón, las desproporciones en la cara de Rosalinda
habían resultado atractivas para Aksel. Ella, que por su físico no había
recibido más que burlas, no encontró palabras para responder. Entonces el
fotógrafo fue aún más lejos y dijo lo impensable: “Eres muy bella”. Rosaura estaba segura de que Aksel no era más
que una fantasía de su hermana, afectada al punto del delirio por la crisis de
los treinta años que le habían caído encima. Días después, sin embargo, el
sueño se materializó: Rosalinda sorprendió a todos cuando llevó al noruego de
carne y hueso a cenar a la casa. Frente a la evidencia surgieron las preguntas:
pero, ¿qué podía gustarle de ella? En medio de estas
cavilaciones, Rosaura tuvo una ocurrencia que la hizo temblar: si su
hermana gemela resultaba hermosa para los ojos de Aksel, ella tendría que
causarle la misma impresión. Entonces supo que la
estaba observando; sintió su mirada encima y no pudo evitar sonrojarse.
Rosalinda, atenta a lo que estaba ocurriendo, tomó a su invitado del brazo y lo
llevó a la sala para platicar con él a solas. No correría el
riesgo de perder lo mejor que le había pasado en su vida. Rosaura no volvió a
ver a Aksel hasta el día en que se casó con su hermana, apenas tres meses
después. Entonces, ¿para quién era la comodidad de que el fotógrafo
estuviera en ese momento fuera de casa? Resignada a recibir el regaño de Joel,
Rosaura prefirió tomar las cosas con
calma y entregarse al placer que le regalaba su imaginación exaltada por la
figura ausente de su cuñado y por el agua caliente que le acariciaba el cuerpo.
Rosalinda tendía la cama cuando su cuerpo se estremeció
con tal fuerza que no pudo mantener el equilibrio. Cayó al suelo y, ayudándose
con una mano para sostener el tronco en alto, cerró los ojos mientras sus
pulmones se expandían para recibir el aire de un suspiro interminable. Con la
otra mano restregó su sexo en un vano intento de saciarse. ¡Puta de mierda!,
dijo en voz alta, sin dejar de apretarse la entrepierna con desesperación.
Rosaura
había salido de casa de su hermana decidida a mandar al diablo a Joel. Ya
encontraría alguna excusa para justificar su falta, pero en ese momento no
podía ni quería frenar el deseo que la llevaba al estudio de Aksel. No hacía
mucho Rosalinda había dicho que estaba enfrente de Suburbia, junto al
restaurante de comida china. ¿Encontraría ahí al fotógrafo? Y si
así fuera qué iba a hacer: ¿le ofrecería su cuerpo virgen? Rosaura
sabía que estaba haciendo algo estúpido pero no vio en ello razón
suficiente para desistir.
Al abrir la puerta, chocó con una muchachita a
quien le calculó unos 17 años.
–Hola –le dijo sin detenerse–, voy
saliendo a hacer unos encargos de Aksel, pero ahí está él, pásale.
No era extraño para ella recibir un
trato familiar por parte de un desconocido; cualquiera que tenga un hermano
gemelo está acostumbrado a ello. Sin embargo, no dejaba de repudiarlo. Odiaba ver a su hermana y encontrar
en su cara los mismos desatinos que el espejo le reflejaba a diario. Odiaba
llamarse casi igual que ella y, para colmo, que a ambas les dijeran Rosy. Odiaba que sus padres
hubieran tenido el mal gusto de vestirlas igual cuando eran niñas, y que aún
después de tantos años Rosalinda copiara sus gustos, se comprara las mismas
blusas e imitara sus cortes de pelo. Odiaba que siempre estuviera sonriente, que
nunca se enojara. Odiaba que hubiera encontrado la felicidad.
Rosaura permaneció inmóvil en el
umbral del estudio. Fijó su atención en el
mosaico de fotografías que tapizaban las paredes: un atardecer en el desierto,
unas piedras de río cubiertas de musgo, varias parejas de novios repitiendo las
mismas poses cursis de siempre, una familia enorme vestida de gala... sus ojos
saltaban de una imagen a otra cuando se topó con él inesperadamente. Vino del
cuarto de atrás sin hacer ruido y ahora estaba parado frente a ella,
observándola.
–¿Qué haces aquí? –preguntó con su
pronunciación defectuosa–. Entrecerró los ojos, como intentando enfocar,
y agregó: ¿Qué te hiciste en el cabello?
Sin ánimos de conversación, Rosaura
avanzó hacia el fotógrafo hasta poner el cuerpo a su alcance. Actuaba por instinto.
Volteó a ver sus labios y luego regresó a enfrentar su mirada, lo que Aksel
supo entender como un llamado al que respondió tomándola del
cuello y besando su boca. Rosaura recibía la atención que tanto había necesitado
de un hombre por primera vez en la vida. Un remolino de placer, sosegado durante años de vida neutra,
nació en su sexo. Parecía a punto de hacerla estallar cuando el extranjero la
detuvo de los hombros y se apartó desconcertado. El sabor y el aroma de
esa piel le eran extraños.
–¿Rosaura? –preguntó incrédulo,
después de observarla con detenimiento.
Desesperada por satisfacer los
reclamos del cuerpo, la hermana gemela arremetió contra Aksel y buscó nuevamente
la humedad de sus labios mientras batallaba para sacarle la camisa del
pantalón. Descubrir que esa mujer no era su esposa resultó para él demasiado
excitante, así que le quitó la playera y el brasier para hundir la cara entre
sus senos y luego le acarició los pezones con la lengua.
Su cuerpo se estremeció con tal fuerza
que no pudo mantener el equilibrio y cayó al suelo, desde donde, acostada boca
arriba, con las piernas abiertas y una mano haciendo presión sobre su sexo, le
arrojó una mirada suplicante por que se le subiera encima. Temiendo que alguien entrara, el fotógrafo se inclinó hacia ella para
levantarla e ir al cuarto del fondo, un lugar más seguro para concluir lo que
habían empezado en donde les llegaron las ganas.
Los
espejos, las pantallas, los reflectores, las cámaras montadas en sus trípodes y
demás instrumental de fotografía le daban a ese lugar un carácter especial que
intimidó a Rosaura. Nunca había estado desnuda frente a un hombre, y menos
rodeada de cámaras que, sintió de pronto, estaban ahí para captar cada uno de
los defectos de su físico. ¿Cuántas mujeres han llegado en un estudio como ése,
orgullosas de mostrar los encantos de una hermosa figura y unos rasgos finos,
que luego pasarán ante los ojos de miles, tal vez millones de personas que
contemplarán esa belleza con admiración? Ella, en cambio, se encontró demasiado expuesta
ante espejos que multiplicaban su desnudez, lentes que detectaban a detalle sus
vergüenzas, y el esposo de su hermana, que la observaba fijamente mientras
desabrochaba su pantalón. Sintió que había caído en una
trampa.
Se disponía a huir cuando descubrió en la pared una serie de cuadros que la pararon en seco. Siete retratos en blanco y negro exhibían la fealdad de su hermana desde diferentes perspectivas: de frente, de perfil, de espaldas; acostada entre sábanas, sentada en un sillón con el torso desnudo…
Se disponía a huir cuando descubrió en la pared una serie de cuadros que la pararon en seco. Siete retratos en blanco y negro exhibían la fealdad de su hermana desde diferentes perspectivas: de frente, de perfil, de espaldas; acostada entre sábanas, sentada en un sillón con el torso desnudo…
–Tú y Rosalinda tienen una belleza que
pocos ven, pero a mí me encanta –le dijo Aksel mientras se acercaba a ella por
la espalda–. ¿Por qué viniste? –preguntó luego besándole los hombros.
A Rosaura todo le daba vueltas y ni siquiera
escuchó la pregunta. Caminó hacia la pared para apoyarse en ella, ignorando a
Aksel y tratando de quitarse la imagen de sus calzones desgastados. Si en ese momento hubiera podido recuperar su blusa
y salir de ahí habría eludido a Rosalinda, que llegaría minutos después para
encontrar a su esposo solo y ya con la camisa puesta, lo que la haría pensar
que todo había sido creado por su imaginación en un arrebato de celos. De esta
forma, su vida podría continuar como siempre. Sin embargo, Rosaura no se sentía
bien y tuvo que buscar un lugar en donde sentarse a esperar que se le pasara el
mareo. Su hermana llegó poco después, sin aire, luego de haber corrido varias
cuadras tan rápido como pudo, y la encontró vomitando con el pecho desnudo.
Aksel no sabía qué decir, ni Rosalinda, de modo que no hicieron más que
observar a Rosaura expulsar el desayuno. Cuando terminó de vomitar las miradas
de los tres fueron de un lado a otro, confundidas, hasta que la hermana mayor
rompió en llanto. Llorando recogió su ropa para vestirse y salió de ahí seguida
de Rosalinda, que corrió tras de ella por instinto. Todo sucedió tan rápido que
ni siquiera tuvo tiempo de pensar qué haría al alcanzarla, reclamarle por
haberse metido con su esposo o decirle que entendía las causas de su
frustración y consolarla. Tener una hermana gemela le resultaba demasiado
complicado.
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