sábado, 1 de agosto de 2015

Isabel, la más leída

Entrevista publicada en la Revista de Interjet, agosto 2015.

Con un total de ventas que supera los 65 millones de ejemplares, la escritora hispana más leída del mundo nos presenta ahora El amante japonés, su más reciente novela y un inmejorable pretexto para traer a estas páginas la conversación que tuvo con ella uno de nuestros colaboradores. 



Imposibilitada para regresar a Chile por razones políticas, Isabel Allende empezó a escribirle una carta de despedida a su abuelo moribundo, el 8 de enero de 1981. Tenía 39 años y, junto a su esposo e hijos, se encontraba viviendo desde 1975 en Caracas, Venezuela, donde la familia había encontrado mayor seguridad después de que estallara el golpe de Estado contra su tío Salvador Allende. Aquella carta, o mejor dicho, lo que terminó siendo con el paso del tiempo, funcionó como catapulta para quien, hasta entonces, solo había dado unos cuantos pasos tímidos en el camino a convertirse en una de las escritoras más leídas del mundo. Con esas palabras de despedida dirigidas a su abuelo (afortunadamente la carta lo encontró aún con vida), Isabel Allende empezó a escribir lo que sería, no solo su primera novela, sino la de mayor éxito hasta el momento: La casa de los espíritus.

Cuatro décadas de literatura
Isabel Allende es considerada la escritora viva de lengua española más leída del mundo. Ha sido traducida a más de 30 idiomas y se estima que ha vendido un total de 65 millones de ejemplares. De nacionalidad chilena (aunque nació en Lima, Perú, en agosto de 1942), adquirió además la ciudadanía estadounidense en 2003, mientras estaba casada con el norteamericano Willie Gordon, de quien se separó hace apenas unos meses.
A sus 73 años de edad, y con más de cuatro décadas ejerciendo el oficio literario, Allende da sobradas muestras de que su capacidad creadora se mantiene a tope. Prueba de ello son las novelas El juego de Ripper, publicada el año pasado, y El amante japonés, que apenas empezó a circular en librerías en junio de este año, dándonos un inmejorable pretexto para traerla a estas páginas. Esta es la entrevista que nos concedió en exclusiva:

¿Cómo es la vida de la escritora de lengua española más leída del mundo?
Muy esquizofrénica. Hay una parte que es muy privada, silenciosa, solitaria… me refiero obviamente a la parte de la escritura, que siempre es un placer. El trabajo empieza con la promoción, y esa es la otra parte de mi vida, que es pública, donde están las redes sociales, las entrevistas, los viajes, la promoción de libros… esa es la parte difícil.

¿Por qué difícil? ¿No le es satisfactorio salir para dar a conocer el resultado de su trabajo?
La literatura no es trabajo. Yo amo el proceso de escribir: investigar, sentarme con mis personajes a crear una historia, ¡eso me encanta! Lo que sí es trabajo es hacer promoción y me resulta difícil porque no soy una persona muy sociable. Antes no era así: uno escribía y los editores se encargaban de vender el libro, pero ahora, que la competencia es más grande, los editores dicen que los escritores debemos participar en esta dinámica, así que ni hablar.

En los últimos 15 años usted ha publicado 10 novelas, dos obras autobiográficas y un relato. ¿Cómo hace para mantener esa fecundidad?
Lo que pasa es que tengo buen oído para las historias. El amante japonés, por ejemplo, nació a partir de una conversación que tuve con una amiga mientras caminábamos por la calle en Nueva York. Ella me contó que su mamá, una mujer con más de 80 años, había tenido un amigo… no me dijo amante, sino un amigo japonés, que era jardinero, durante más de 40 años. Fue todo lo que me dijo pero fue más que suficiente para que yo imaginara toda la historia que cuento en el libro, tocando varios de los temas por los que siento interés en este momento de mi vida: el amor romántico, la amistad, la familia, el pasado, la memoria y la vejez.

¿Se podría decir que posee una especie de radar?
Así es, y el radar está intacto, y una vez que tengo la semilla de algo la imaginación vuela… porque la imaginación no se termina con la edad; otras cosas sí, pero no la imaginación.

Además escribir usted desempeña una importante labor altruista a través de la Fundación Isabel Allende. ¿Le interesa, además, transmitir un mensaje social a través de sus libros?
No… lo que busco con mis libros es emocionar a mis lectores, ganármelos; no pretendo darles un mensaje, quiero que compartan conmigo una experiencia, una historia, una emoción pero no busco hacer cambios sociales con mis historias. Cuento cosas que me importan y en las cuales creo, pero el trabajo de servicio lo hago únicamente a través de la fundación, porque creo que apenas una se pone a predicar en una novela, se fregó la novela. ¿Quién es uno para estarle predicando nada al lector? El lector va a leer entre líneas lo que quiera encontrar.

¿Qué importancia tiene para usted la crítica?
Muy poca. La crítica puede ser muy favorable o muy desfavorable y como autora no puedo estar pendiente de lo que diga alguien sobre lo que escriba y que eso me influencie, me moleste o me halague. Yo tengo que seguir con mi trabajo sin pensar en eso.
Seguiré escribiendo, porque este es mi oficio. La gente suele preguntarme hasta cuándo voy a escribir y yo siempre les respondo que lo seguiré haciendo mientras me dé el cerebro. ¿Qué otra cosa voy a hacer? Además, ahora los 70 años no son lo que eran antes. Hace algunas décadas muy poca gente alcanzaba esta edad, y si lo hacían llegaban como unos ancianos decrépitos. Yo no me siento anciana para nada, sigo teniendo la misma energía y la misma actividad que hace 20 años; claro, tengo mucho más arrugas, pero la energía y la imaginación son las mismas, y la capacidad de escribir es todavía mayor porque tengo más experiencia y menos miedo de la palabra escrita. 


Es sabido que usted ha empezado cada uno de sus libros el día 8 de enero. ¿A qué se debe esta tradición?
Inicié mi primera novela, La casa de los espíritus, el 8 de enero de 1981, y fue un libro muy afortunado, que alcanzó un éxito que nadie se esperaba. Entonces, un poco por superstición, pensé: “Bueno, ya que le fue tan bien a mi primer libro, voy a empezar el segundo también un 8 de enero”. Luego ocurrió lo mismo con el tercero, hasta que se convirtió en un hábito que no me atrevo a cambiar. Pero también hay un factor de disciplina, porque mi vida se ha complicado mucho, y si no separara los primeros meses del año para encerrarme a escribir, no lo haría. Gracias a esa superstición todo mundo sabe que a partir del 8 de enero voy a estar encerrada escribiendo y que no sacan nada con llamarme porque no voy a responder: no hago entrevistas, no hago viajes, no hago nada. 

¿Cuánto tiempo dedica diariamente a escribir?
Lo menos que paso frente a la computadora son seis horas, a veces 10, depende de la etapa en la que esté. Hacia el final, cuando la historia se precipita, hay que estar ahí hasta que los dedos nos ardan; al principio, como es muy trabajoso, lo más que aguanto son seis horas.

Regresando a su más reciente novela… dos de los temas centrales en El amante japonés son la vejez y la eutanasia. ¿Cómo surgió este interés?
Mi idea sobre la vejez está en gran parte determinada por mis padres, que tienen 95 y 99 años, respectivamente. Ellos están todo lo sano que se puede estar a esa edad, y cuentan con recursos para tener a tres personas atendiéndolos día y noche; están bien y quieren seguir viviendo. Pero si pensamos en una persona con un tumor cerebral, que sabe que va a morir de una manera espantosa, y decide que quiere irse antes de que se le vaya el cerebro, debería tener el derecho a hacerlo. Quienes están llegando a mi edad empiezan a tener este tema en consideración. La medicina moderna tiene como fin mantener a la gente viva el mayor tiempo posible, sin importar en qué condiciones, enchufado a una máquina… eso no es vida. Si una persona tiene el deseo de morir debería tener como la opción de una muerte asistida; así la gente no tendría que cometer suicidios de manera horrorosa, como suele suceder.

¿Qué sigue para Isabel Allende?
Seguiré escribiendo, porque este es mi oficio. La gente suele preguntarme hasta cuándo voy a escribir y yo siempre les respondo que lo seguiré haciendo mientras me dé el cerebro. ¿Qué otra cosa voy a hacer? Además, ahora los 70 años no son lo que eran antes. Hace algunas décadas muy poca gente alcanzaba esta edad, y si lo hacían llegaban como unos ancianos decrépitos. Yo no me siento anciana para nada, sigo teniendo la misma energía y la misma actividad que hace 20 años; claro, tengo mucho más arrugas, pero la energía y la imaginación son las mismas, y la capacidad de escribir es todavía mayor porque tengo más experiencia y menos miedo de la palabra escrita. 

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