sábado, 14 de febrero de 2015

Juego perdido



Ahora sí, luego de varios intentos fallidos, de varias llamadas de no está, de parte de quién, y decir una y otra vez tu nombre con la incomodidad de mostrarte desesperado por encontrarla; ahora sí, tienes a Luisa contigo y con su sonrisa de diecinueve años platicando contenta… empiezas a advertir que demasiado contenta. Relata anécdotas, pregunta cosas y hasta te da puntos de vista, a ti, que estás más acostumbrado a darlos, sobre todo cuando se trata de alguien que no ha llegado a los veinte y va todavía a la universidad.
Ahí está, y tú también, pasando la tarde como lo hace mucha gente afanada en divertirse. Desprendida ella de su escuela, desprendido tú del trabajo cada día más abrumador, pides al mesero otro par de cervezas que llega rápido. Dices salud, porque es la cuarta y el cúmulo resulta suficiente para infundirte cierta exaltación agradable que se te debe estar notando en el gesto, tal como ves que sucede en el de ella. El alcohol empieza a darte la confianza que no tuviste cuando entraron a ese bar en el que nunca habías estado. ¿Por qué brindamos?, planteas, curioso por escuchar su respuesta. ¿Cómo que por qué? ¡Por nosotros! Y ríe. Ríes tú, satisfecho con la alianza establecida por el “nosotros” salido de sus labios, apenas un instante luego de estar pensando en todas esas veces que marcaste su número y tuviste que decir gracias, después le vuelvo a hablar.
De pronto todo se reduce al presente, a la mutua compañía de ese momento, al “por nosotros” salido de su inspiración y te sientes casi agradecido. En seguida se levanta de la silla, dice que va al baño y no puedes dejar de voltear sobre tu hombro para verla caminar mientras se aleja. Le ves las nalgas, claro, y ella lo sabe, y decide jugar: un giro repentino para descubrirte, para hacerte saber que sabe que la estás viendo. Piensas que es encantadora. Te maravilla la actitud traviesa de esa niña jugando a ser mujer… o viceversa, no alcanzas todavía a definir cuál es la forma más precisa de considerarlo.
            La conociste en un curso de cine. Todos los miércoles de julio y agosto esperabas que dieran las siete para verla aparecer por la esquina de siempre. A distancia la observabas caminar sola, con su mochila retacada a cuestas y la mirada al suelo. Semana a semana reiterabas tu indecisión por hablarle, hasta el día en que fue ella quien avanzó un poco más allá del saludo y las sonrisas de amabilidad, haciéndote plática. Algún comentario sobre una de las películas del curso, sobre un director o un estilo cualquiera de hacer cine… lo que haya sido sirvió para inyectarte el deseo de salir con ella pronto, pedirle su número de teléfono, hablarle muchas veces hasta encontrarla por fin y quedarte a muy poco de hacerle un ingenuo reclamo: te dejé dicho que me hablaras…
Y bueno, después de todo, te encuentras con ella. La conversación bien, animada. Los viajes que ha hecho y tanto ha disfrutado, los muchos más que tiene en puerta; su carrera y luego una maestría, el deseo de aprender mucho y superar esa opaca forma de vida que ve en casi toda la gente de la ciudad. Qué interesante, respondes, y sí, piensas, opaca, para volver a ti y ese debate que sostienes desde meses atrás sobre la decisión de irte o quedarte. La maestría en el extranjero, obvio, porque aquí el nivel es muy bajo, además qué aburrido. Inglaterra tal vez… o España, no sé, estoy viendo opciones… Estados Unidos no me gustaría, está mucho mejor Europa.
Salud, le dices, ¿por qué brindamos? ¿Cómo que por qué? ¡Por nosotros! Y el halago de la respuesta reverbera todavía cuando se levanta y dice que va al baño.
            Miras alrededor y notas que ya no quedan mesas vacías. El ánimo crece conforme el bar se llena. En tu reloj descubres lo rápido que puede irse el tiempo cuando se utiliza para pasarla bien. No importa, tienes toda la noche por delante para seguir disfrutando de esa compañía extraordinaria. Buscas entre recuerdos la última vez que estuviste en un lugar como éste, pero no  te es fácil encontrarla. Aquí la gente sabe divertirse, no cabe duda. “La maestría en el extranjero, obvio”. “Superar esa opaca forma de vida que ve en casi toda la gente de la ciudad”. ¿Cuántas veces, con otras personas, has platicado sobre esto, desparramando quejas y frustraciones? Ahora sí la memoria te funciona y rápido pone a tu alcance varios de esos momentos pasados.
Una carcajada a tus espaldas exige atención y volteas de inmediato. Luisa parece estar más divertida que nunca. Aún se retuerce feliz cuando llega hasta ti al lado de Mario, un compañero de clases que encontró a la salida del baño y se puso a contarle cosas. Qué tal, mucho gusto. Sí, que te vaya bien. Perdón, pero es que él siempre me hace reír muchísimo, te lo juro. Tú le crees sin necesidad de juramentos, es lo más normal del mundo, sobre todo cuando se trata de pasar el rato en un lugar como ése. Con un vistazo alrededor puede comprobarse: lo más normal.
            Oye, pero ya te toca platicar a ti. A mí no me ha parado la boca, pero, ¿tú? Me dijiste que eras escritor… ¡qué padre! Sí, soy escritor, afirmas como antes has hecho frente a otras personas. ¿Y has vendido muchos libros? ¿Estás escribiendo uno ahorita? ¿En qué te inspiras, en tu propia vida? Las preguntas se te amontonan sin que puedas contestar porque son muchas y porque persiste en tu mente la imagen de Luisa a carcajadas, que contrasta tanto con aquella otra en la que caminaba con una mochila llena de libros. Verás… no es tan fácil esto de ser escritor, te obliga a pasar mucho tiempo solo, además de no ser una buena forma de ganar dinero… te detienes al verla distraída en un nuevo diálogo con Mario, ahora a señas, de extremo a extremo en el bar. Más risas. No, pero vas a ver que te va a ir bien. Poco a poco la gente va a ir sabiendo de ti y va a comprar tus libros, yo sé que sí, vas a ver. Hay que ser optimistas. Luego ese conocido pudor que te viene con la impresión de haber estado hablando con quien no puede entenderte. Suele ocurrirte: a mitad de una conversación sientes haber dicho más de la cuenta en un idioma desconocido. Poco a poco la gente va a ir sabiendo de ti y va a comprar tus libros. Hay que ser optimistas.
¿Y si pudiera contagiarte algo de ese entusiasmo que reconoces haber tenido no hace mucho tiempo? ¿Si pudieras creer junto con ella? Un libro tuyo está por publicarse, eso está bien... Y bueno, sucede que después de tanto insistir te encuentras con ella, rodeado de gente que ríe, que se divierte…
La conociste en un curso de cine. Todos los miércoles la observabas caminando sola, con la mirada a ras del suelo, introvertida. Sin embargo... su contento, su desenfado, su despreocupación... parece que te equivocaste. Pero, ¿y si pudiera contagiarte? ¡Si pudieras creer! ¡Pero qué embrollo, carajo! ¡Resulta tan difícil! ¡Y ella tan despreocupada, tan contenta!
Empiezas a sentirlo como alarde de una seguridad que te aminora, que echa luz sobre tu flaqueza y reafirma tu condición de imbécil. Quieres defenderte, explicarle, pero qué cosa, si tú mismo no entiendes. ¿Acaso quieres convencerla de que la vida es una mierda? Te equivocaste con ella y debes aceptar una nueva derrota. Inscribir una frustración más para ese anhelo testarudo de encontrarte en alguien. Ni hablar, hombre, así es; deberías irlo asimilando. Seguro ella no necesita buscar en el cine el consuelo que tú encuentras apenas por momentos. Tampoco debe pasar tanto tiempo sola, atenta a la llamada de alguien; eres tú el único desesperado.
Y mientras oyes a Luisa darte consejos e intentar subirte el ánimo hablando de optimismo, encuentras sus palabras llenas de convicción. Tú te esfuerzas, pero no alcanzas a disimular la ansiedad, la ridícula pena que te abrasa y te impide seguir jugando como cuando tenías diecinueve años y no era difícil creer en algo, cualquier cosa,  aunque no fuera cierto… pero creer en algo.

5 comentarios:

  1. Ya lo había leído y, como hoy, me regreso en ciertos momentos de la lectura, a uno que otro momento de mis diecialgo o veintinosequé años.
    Abrazo, canijo.

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    1. Gracias por leer, mi buen. ¿Cómo andan de cuidados, como para ya armar eso que tenemos pendiente? ¡Abrazo!

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  3. Me encanta! Y esto: "Empiezas a sentirlo como alarde de una seguridad que te aminora, que echa luz sobre tu flaqueza y reafirma tu condición de imbécil." Me viene como una respuesta que tengo años buscando. Salud por las Luisas del mundo. Que nunca dejen de vivir felices, despreocupadas y con la carcajada a flor de piel

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