jueves, 2 de abril de 2015

Vivir un maratón desde el costado



Una versión editada de esta crónica se publicó en la revista México Desconocido, abril 2015.




4:50 horas
Bajamos del taxi frente al estadio Teodoro Mariscal. A diferencia de lo que recuerdo sobre Mazatlán, la madrugada es fría. Tendrá que ver que es la primera vez que estoy aquí a finales de noviembre, “ya” despierto y no “todavía”, como solía ocurrir cuando venía con mis amigos en verano. Hoy es distinto: estoy aquí con y por mi esposa, quien lleva meses preparándose para correr su primer maratón. La idea de volver a Mazatlán después de tantos años me pareció seductora; ser parte del Maratón Pacífico, aunque sea solo como animador –un sedentario a ultranza no podría aspirar a más–, también lo es. 

5:45 
El rededor del estadio está lleno de corredores haciendo estiramientos. A 45 minutos del disparo de salida, tal vez haya llegado un 80 o 90% de los más de 12,000 inscritos. Aún no sale el sol ni la temperatura aumenta, pero el ánimo de los deportistas ha caldeado el ambiente. Mi mujer trota para entrar en calor. 

6:25
Ha empezado la cuenta regresiva. Mientras los corredores esperan el arranque, amigos y familiares lanzamos arengas desde nuestra posición de espectadores: “¡Venga!”. “¡Tú puedes!”. “¡Con todo!”. Pero quienes realmente aportan el ambiente son los que tocan en la tambora, que ya pusieron a bailar a varios. Hace unos meses, el coordinador del evento anunció que cada cinco kilómetros habría una banda sinaloense tocando, para animar a los corredores… he aquí la primera. 

6:28
Nadie le dice a los de la banda que dejen de tocar, así que ellos siguen en lo suyo cuando suenan los primeros trompetazos de Gonna Fly Now, aquella pieza icónica que nos puso a todos la piel de gallina mientras veíamos a Rocky boxear contra reses colgadas en canal, antes de enfrentar a Apollo Creed. Las edecanes no saben a qué ritmo bailar, hasta que los de la banda se dan cuenta del ruidajo y silencian sus instrumentos. Xóchitl y yo intercambiamos sonrisas a distancia. La carrera está por comenzar.

6:31
Correr un maratón puede responder a tres fines distintos: llegar entre los primeros lugares, mejorar una marca personal y completar la ruta, que ya es bastante meritorio. Xóchitl se ubica en esta categoría, y es justo esta idea la que lleva en mente al arrancar: ser capaz de correr más de 42 kilómetros sin detenerse. Aguantar el cansancio, aguantar el dolor, aguantar el calor húmedo, el sol de frente; aguantarse las ganas de renunciar. Mientras algunos corredores compiten por ganar las primeras posiciones, ella se concentra en encontrar el ritmo que debe mantener durante las próximas cuatro o cinco horas. 

Más de 12,000 corredores es igual a más de 12,000 rostros llenos de determinación. Sea cual sea su objetivo a cumplir, todos parecen dispuestos a llegar al límite para lograrlo. 

8:49
Para quienes corren un maratón con aspiraciones de ganar, la carrera puede transcurrir muy rápido, si se compara con lo que dura para la mayoría. Al keniata Stephen Njoroge le bastaron dos horas, 18 minutos y 36 segundos para terminar como ganador. El logro alcanza grado de proeza; incluso para quienes en este momento no han llegado ni siquiera a la mitad del recorrido, y cruzar la meta les tome tal vez cuatro horas más. Ellos no son atletas de alto rendimiento sino estudiantes, amas de casa, empresarios, trabajadores… que por alguna razón decidieron perseguir este sueño y ahora están por lograrlo. 

Gracias a una aplicación en mi celular, veo que Xóchitl acaba de superar el kilómetro 23. Si mantiene esa velocidad promedio de diez kilómetros por hora terminará en poco más de cuatro horas, un gran tiempo para ser su primera vez.

9:22
Cada dos kilómetros hay grupos de voluntarios dando agua a los corredores. Yo estoy junto al stand del kilómetro 30, donde quedé de verme con Xóchitl, cuando suena el teléfono. Es ella. Contesto preocupado ante el imprevisto. “¿Me puedes comprar una coca? –alcanza a decirme–. Estoy ahí como en cinco minutos”. Cuelga. Ups.

9:28 
Coca en mano, alcanzo a distinguir su top naranja desde lejos. Mientras avanzo hacia ella veo a una corredora con sangre en la rodilla. Imagino lo doloroso que debió de haber sido el golpe al tropezar; aun así, sigue moviendo las piernas. Xóchitl ya está a unos cuantos metros, empapada en sudor. El sol le pega de frente. Estiro el brazo con el refresco y empiezo a correr junto a ella. “¿Cómo te sientes?”. Ella me mira apenas y levanta el pulgar. “¡Vas muy bien! ¡Ánimo!”. Sonríe como puede y sigue su camino hacia el kilómetro 31.  

11:03-11:04
Tras la llegada de los primeros lugares, el ambiente en la meta se fue viniendo abajo. ¿A quién le importa la llegada del decimosegundo lugar? ¿Y la del 436? Ni hablar del 2,324. Es injusto, pues basta estar ahí, como testigo, para entender que cada quien, al cruzar la meta, conquista una victoria personal.

Después de varios minutos afinando la vista alcanzo a verla. Me alegra comprobar que su paso sigue firme y sus rodillas limpias. Aunque llevo horas admirando el esfuerzo de miles de corredores nada se compara con lo que siento al ver a mi esposa a punto de lograrlo. Seré el único que celebre junto a ella el término de los 42.195 kilómetros, después de correr durante cuatro horas y 31 minutos. Nos abrazaremos, se nos saldrán las lágrimas, le diré que estoy muy orgulloso, y aunque a nadie alrededor le importe lo que ocurra entre nosotros, será un momento de gloria... uno más entre los miles que se viven cada año en Mazatlán.








No hay comentarios.:

Publicar un comentario