El cuento
empieza aquí, mientras un tipo corre a toda velocidad. No existe información
precedente. No hay manera de saber por qué, desde cuándo, hasta dónde correrá.
Eso sí: va frenético. Carece, al igual que el lector, de datos que expliquen su
situación. Simplemente corre y de ello sólo puede deducir que se encuentra en
aprietos. No para. Tampoco puede acelerar, va al máximo. Tal vez alguien lo
esté persiguiendo. Está por mirar a sus espaldas cuando duda. Eso le restaría
velocidad. Si su perseguidor se encuentra cerca podría capturarlo. Prefiere
seguir mirando hacia el frente y no dar facilidades a su enemigo. Recuerda
entonces aquella pesadilla en donde pasaba por una situación exactamente igual
a ésta. Se concentra al máximo, intentando interrumpir su sueño, pero no gana
nada. No es un sueño por lo que el tipo atraviesa. Tiene que asumir que la
persecución es real, aunque no logra resignarse. Lo aborda una angustia
terrible que transmite al lector, quien intenta abandonar este absurdo relato.
Pero su concentración no le sirve de nada. Se descubre atrapado en una historia
sin forma. No puede más que seguir leyendo a ritmo matacaballos lo que le
sucede a un tipo que corre. Y que sabe que debe seguir corriendo para salvar el
pellejo. Así que ahora se concentra en la firmeza de sus pasos, en la potencia
de sus músculos, en el control de su respiración... está en ésas cuando
advierte cierta familiaridad en el trayecto. Reconoce elementos que supone
haber dejado atrás hace apenas unos instantes. Llega a su mente una imagen de
sí mismo con cara de rata haciendo girar una ruleta en el afán de escapar. El
lector no soporta más; se lleva manos desesperadas a los cabellos. Se los jala
y los revuelve. Se apachurra la cara y encuentra unos bigotes demasiado largos
para ser los suyos. El colmo. ¿Quién ha sido capaz de una broma así? Recuerda
entonces aquella pesadilla en donde pasaba por una situación exactamente igual
a ésta. Va a hacer un esfuerzo por abandonar el sueño, cuando da con la certeza
de que no tendría sentido siquiera intentarlo: no está soñando. Tiene que
asumir que los bigotes son auténticos, aunque no logra resignarse. Sabe por
experiencia que no existe más alternativa que seguir leyendo la absurda
historia de un tipo que corre hacia ninguna parte. Tal vez al terminar reciba
un trozo de queso como recompensa, tal vez no, pero él tiene que seguir
leyendo.