viernes, 22 de agosto de 2014

Julio César Chávez, a 30 años de su primer campeonato

Una versión editada de este perfil, coescrito con Aquiles Castañeda, fue publicada en la revista Life & Style, septiembre 2014.


Esa noche, como muchas en los últimos dos o tres años de su vida, Julio César Chávez había consumido demasiada cocaína y alcohol. Semanas antes, Amalia Carrasco, su ex esposa, no solo había decidido dejarlo, sino revelar a la prensa que el ídolo de México era adicto a las drogas y tenía por costumbre golpearla. Los periódicos, además, lo cuestionaban sobre supuestos nexos con los principales narcotraficantes del país, como Francisco Arellano Félix y Amado Carrillo. Por otro lado, enfrentaba una demanda contra la Secretaría de Hacienda por evasión fiscal y otra contra Arrendadora Bancomer por pagos incumplidos. No hacía mucho que su impresionante racha de 89 peleas invicto había llegado a su fin y, por si fuera poco, tenía una infección en el codo que se complicaba más de lo esperado y ponía en riesgo sus posibilidades de seguir boxeando. Con todo esto en la cabeza, y mucho más, el héroe vio el amanecer después de una noche entera sin dormir. Estaba en su residencia de Colinas de San Miguel –uno de los fraccionamientos más exclusivos de Culiacán– y se sentía terriblemente solo, emproblemado, vacío y sin motivación alguna para seguir. “Entonces dije: ‘Chingue su madre, me voy a matar’”.
 


Foto: José Luis Castillo


A lo largo de tres décadas
El próximo 13 de septiembre se cumplirán 30 años desde que Julio César conquistó su primer campeonato. Fue en la categoría Superpluma del Consejo Mundial de Boxeo (CMB), con el Grand Olympic Auditorium de Los Ángeles como escenario. Los pronósticos no estaban a su favor, pero era tal su necesidad de triunfo, que su rival, Mario “Azabache” Martínez, no pudo terminar el octavo round. “Subí al ring con todo en mi contra, pero sabía que de esa noche dependía el resto de mi vida –dice Chávez tres décadas después–. Cuando el réferi paró la pelea nadie lo podía creer”. Ese día, México vio nacer un nuevo ídolo y la historia del boxeo registró el principio de una leyenda: la del Gran Campeón Mexicano, como lo bautizaría Jimmy Lennon Jr, el más famoso anunciador del ring.
¿Qué ha ocurrido con Mr Nocaut desde aquel primer gran trancazo que dio en 1984? Con un total de 107 triunfos (86 de ellos por la vía del descontón), seis derrotas y dos empates, el boxeador más victorioso que ha dado México llegó a sumar 87 triunfos y casi catorce años sin descalabros. El sueño se empezó a resquebrajar diez años después, el 29 de enero de 1994, cuando Frankie Randall le arrebató el título Superligero del CMB con una pelea que ganó por decisión dividida. “Fue muy triste para mí”, declaró para el periódico Excélsior en una entrevista que le hicieron veinte años después de aquel episodio. Confesó no haberse preparado debidamente para el enfrentamiento. “Tomé las cosas a la ligera”, dijo, y reconoció que esa noche fue presa de sus excesos. Había aparecido la que se convertiría en la principal amenaza para su carrera.

Mi vida era subir al ring
La historia de Julio César Chávez es común a la de muchos boxeadores: parte de una familia de escasos recursos, se dedicó a vender periódicos desde niño. En la adolescencia empezó a practicar box amateur, según dice, por no soportar que su madre tuviera que lavar ropa ajena para sacar adelante a sus once hijos.
            Aunque nació en Sonora, Julio César creció en Culiacán, Sinaloa, junto con sus diez hermanos. Fue ahí donde ganó el torneo de los Guantes de Oro, su único logro como aficionado, pues, antes siquiera de cumplir los 18 años, ya se había iniciado como profesional. Pensaba, como todos, que a base de golpes vendría la oportunidad de sacar a su familia adelante. “Estaba enamorado del boxeo. Mi vida era subir al ring. Además, cada vez me pagaban mejor, así que ¿cómo no me iba a gustar?”.
            Así, los cuatrocientos pesos que ganó por su primera pelea como profesional, en 1980, se convirtieron en cuatro millones de dólares en 1992, cuando enfrentó a Héctor “Macho” Camacho en el Thomas & Mack Center de Las Vegas, Nevada (19,000 espectadores); y en siete, cuando se encontró por primera vez con Óscar de la Hoya, en 1996.
Hoy, con cinco títulos mundiales en tres divisiones de peso (Superpluma, Ligero y Superligero), el César del Boxeo, no solo sigue siendo el mexicano con más triunfos en este deporte, sino el que llegó a acumular la mayor fortuna como producto de sus peleas. Según cálculos de José Sulaimán, su patrimonio pudo haber llegado a los 80 millones de dólares. El problema, como suele suceder cuando se conjugan éxito, fama y dinero, fue que el mundo le empezó a quedar demasiado pequeño.

La cara del diablo
Los recuerdos se tropiezan al salir. Como si su memoria se negara a revivir momentos terribles, un Julio César de 52 años de edad y cuatro en recuperación, se muestra incómodo al relatar los episodios más críticos que vivió en aquella casa. Las anécdotas salen hechas pedazos, incompletas y sin un hilo conductor que encadene un hecho con otro: “Un día casi mato a mi hermano el Borrego de un balazo... estaba muy enojado. Otro día le prendí fuego a mi recámara… otro estuve a punto de darme un tiro; en esa casa veía cosas que no existen. Día tras día, se me aparecía al diablo”.  
            Sin más compañía que la de su personal doméstico y tras una noche de excesos, el campeón mundial llegó a pensar que no tenía sentido vivir. Empuñando una pistola se abrió camino entre sus empleados para salir al patio, donde llevó el cañón a la sien y presionó el gatillo. Por fortuna –habrá quien diga “milagro”–, el mecanismo del arma se trabó y la detonación no se produjo ni en ese ni en un segundo intento. El boxeador hizo lo que pudo por corregir el desperfecto, apuntó nuevamente hacia su cabeza y, antes de disparar por tercera ocasión, llegó el manotazo de uno de sus trabajadores. La bala sí salió entonces, pero no destrozó su cerebro; en vez de eso, fue a incrustarse en el tronco de un árbol.

Colinas de San Miguel, abril 2014
El ex campeón supervisa minuciosamente las obras de remodelación. Su gesto refleja alegría, porque convertir su casa en centro de rehabilitación lo entusiasma, pero también nostalgia pues la transformación del inmueble lo hace conectar con muchos recuerdos. “Si esta casa hablara contaría momentos muy bonitos de mi vida, pero también diría cosas horribles –dice con voz temblorosa–. Lo bueno es que, al final, el destino quiso que este lugar se transformara en algo bueno y eso es con lo que me quiero quedar”.
            Recuerda cuando las calles alrededor se llenaban de gente celebrando con él sus triunfos o, incluso, en los pocos casos en que llegó a ocurrir, demostrarle su apoyo ante la derrota. “Era muy bonito ver a miles de personas afuera de mi casa gritando mi nombre. Es algo que jamás voy a olvidar ni dejaré de agradecer”.
Cientos de reconocimientos, fotografías y pinturas abundan todavía por aquí, dando cuenta de las hazañas del Gran Campeón Mexicano. Entre miles de imágenes destacan las fotos donde aparece con el ex presidente Carlos Salinas de Gortari. “¿Fue tu amigo?”. “No, Salinas no fue mi amigo… sigue siendo amigo mío”. Y agrega: “Cuando estás en la cúspide todos se quieren juntar contigo. Así conocí a muchos políticos y gente famosa. Hoy solo tengo relación con los que se quedaron después de todo lo bueno y lo malo que viví. Carlos Salinas de Gortari es uno de ellos”.

Epílogo
La casa donde Julio César Chávez pudo haber muerto hace casi veinte años se ha convertido en un sitio para generar armonía y tranquilidad; para darle esperanza a quien se ha vuelto presa de sus adicciones.
            Después de dos reincidencias, el boxeador inició en agosto de 2010 un nuevo –y espera que definitivo– proceso de rehabilitación. Hoy, además de llevar cuatro años ganando la pelea más difícil de su vida, ha inaugurado Baja del Sol, un centro de rehabilitación con sucursales en Tijuana y en Culiacán, justo donde fue su casa y donde vivió los mejores y los peores momentos de su vida. “Tuve todo lo que un ser humano quisiera tener y no me llenó. Ahora me llena que mis hijos estén bien. Tener salud, estar tranquilo y seguir contando con el cariño de la gente. Me llena ayudar a quienes lo necesitan, porque sé lo que se siente. Es una gran satisfacción ver cómo llegan las familias destrozadas, como llegué yo, y luego verlas salir como si hubieran vuelto a nacer”.